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Moldavia: un poco de (muy turbulenta) historia

Otro ejemplo de «intervención» rusa en el área postsoviética (tras Georgia, y Bielorrusia y el culmen de Ucrania es la pequeña república de Moldavia. Se trata de un país básicamente rumanoparlante, con unas «pequeñas excepciones» que, como veremos, lo condicionan todo.

El país fue parte de la histórica región de Besarabia, que durante siglos ha padecido su ubicación geoestratégica entre dos -o tres- mundos. Ha pasado por Roma y Bizancio, ha sufrido invasiones de diversos pueblos en la Alta Edad Media, pasando por su integración en la Rusia de Kiev, o constituir un principado bajo el dominio húngaro. Independiente en el siglo XIV, pasó un siglo más tarde a dominio lituano, si bien, no mucho después, fue ocupado por los otomanos, donde constituyó la provincia de Besarabia. Desde 1812 formó parte del Imperio ruso, sufriendo un proceso de rusificación similar al ucraniano.

El siglo XX es vertiginoso para Moldavia: deja incompleta la célebre frase del premier británico Winston Churchill, a tenor de la cual, «los Balcanes generan más historia de la que pueden asumir»: veremos que con Moldavia es aún más grave. Tras la Revolución Rusa, el territorio fue parte de la URSS, para luego independizarse y unirse a Rumanía en 1918, obteniendo el reconocimiento de la mayor parte de la comunidad internacional. Sin embargo, no toda Moldavia se integró en Rumanía: la parte más rusófona, Transnistria, quedó dentro de la URSS. Sería por poco tiempo pues, como resultado del pacto germano-soviético Molotov-Ribbentrop (1939), la URSS volvía a ocupar en 1940 sin oposición del rey Carlos II de Rumanía, que tuvo que asistir impotente a cómo los soviéticos cruzaban el río Dniéster y ocupaban Besarabia y otros territorios rumanos: Francia y el Reino Unido, del mismo modo que procedieron con España, dejaron sola a Rumanía. Para unos fue simple expansión territorial soviética; para otros, colchón de seguridad ante la invasión nazi que se preparaba contra la URSS. En cualquier caso, la integridad de Besarabia no se respetó, ya que se cedieron algunos territorios a Ucrania (república socialista soviética), convirtiéndose en la República de Moldavia dentro de la Unión Soviética. Cuando estalló la II Guerra Mundial, Rumanía se unió a los alemanes y, en el marco de la operación Barbarroja (invasión de la Unión Soviética por parte de la Alemania nazi) recuperó Besarabia, aunque fue de nuevo cedida a la URSS al ser derrotada Alemania. Durante la época soviética, se acometió una rusificación del territorio, promoviéndose la emigración de rusos y ucranianos a la república y acometiendo un proceso de desrumanización, con represión a todo aquello que recordara a la andadura “rumana” de Moldavia. Transnistria, rusófona y la parte más oriental, también formaban parte de la república moldava.

La Moldavia postsoviética: los problemas crecen

La época soviética llegó a su fin en Moldavia cuando se opuso al golpe de Estado que tuvo lugar en la URSS en agosto de 1991, apoyando a Boris Yeltsin. Ese mismo mes, Moldavia proclamaba su independencia de la Unión Soviética. No obstante, no lo iba a tener fácil.

Sin cortar lazos definitivamente con Rusia, fue miembro fundador de la Comunidad de Estados Independientes[/efn_note] en contra de los deseos del presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, quien se opuso a la creación de la CEI por considerarla ilegal y un golpe de Estado, aunque la desintegración de la URSS era ya inevitable y él mismo era presidente de un país que de facto había dejado de existir)2), formada por casi todas las repúblicas antaño soviéticas excepto los bálticos 3. En marzo de 1992, el país fue reconocido por la ONU. Fue entonces cuando los problemas comenzaron o, mejor dicho, crecieron.

Así, se asistió a varios intentos de secesión de territorios rusófonos de Moldavia, como Transnistria o Gagauzia, en un contexto de disolución de la URSS. Cuando ésta dejó de existir, las tensiones se exacerbaron aún más, produciéndose choques armados que llevaron a Moldavia al borde de la guerra civil. El país, cuyas fuerzas armadas ni siquiera podía decirse que existían en realidad, tuvo que hacer frente a una insurrección en Transnistria. Así, es ahora cuando vamos a asistir a un esquema reiterativo que Rusia aplica a las antiguas repúblicas soviéticas “díscolas” y que se repite en el Dombás ucraniano desde 2014: el conflicto de Tansnistria está servido. Tiene lugar entre dicho territorio y el gobierno de Chisinau en 1992. El país mantuvo desde su independencia -como se ha dicho arriba- una tensión entre prorrumanos y prorrusos; una tensión favorecida por la inexperiencia de los políticos y las élites que dirigían el país tras la desintegración de la URSS, que atizaron el debate identitario en vez de proponer un proyecto de estado. El ejército ruso entra al enclave a petición de su minoría homónima, al objeto de protegerla y para garantizar la paz, y allí permanece desde entonces, estando Transnistria integrada de facto en las estructuras federales rusas, considerado por muchos el último reducto de la Unión Soviética. DE hecho, el el único país que mantiene la oz y el martillo en su bandera.  Y sí, seguimos hablando de Moldavia, no estamos hablando de Ucrania en 2014 y 2022.

Moldavia y el efecto Transnistria: tensiones por el alejamiento-acercamiento a la UE/Rusia

Desde entonces, este pequeño estado, enclavado entre Ucrania y Rumanía, presenta varios factores que lo hacen totalmente vulnerable a la Federación Rusa tanto en lo político como en lo económico. El primero pasa por lo que algún autor llama el “efecto Transnistria”, que condiciona ineluctablemente la relación con Rusia.

La consecuencia es que Moldavia no conoce un desarrollo político estable, y entra en un bucle reiterativo de difícil solución: el país es blanco de las presiones de Moscú. Chisinau, para intentar conjugar el peligro del poderoso vecino ruso, se volcó a Occidente y la UE, lo que le acarreó aún más inestabilidad crónica, ya que Moscú continúa presionando para que la totalidad de Moldavia se sume a la mencionada federalización (propuesta que el país rechazó, por ejemplo, en 2004). Otra herramienta del Kremlin es el acceso de mandatarios prorrusos (no, no es lo que piensan: no estamos hablando de Ucrania) a la presidencia del país, que bloquean todo acercamiento a la Unión Europea o a la OTAN. Ello motivó revueltas como la de 2009, venciendo en unos nuevos comicios las fuerzas proeuropeas. El nuevo gobierno firma un Tratado de Asociación con la UE 4. Rusia reacciona con sanciones que asfixian la economía y la población. Entonces, los moldavos vuelven a elegir presidentes prorrusos, cerrando el círculo vicioso. El último de los presidentes rusófilos fue Igor Dodon. Este fue sucedido por la europeísta Maia Sandu (en el cargo desde 15.12.2021) quien -quizá para no molestar a Rusia- evita la confrontación Este-Oeste y focaliza su actuación en cambiar el gobierno de ladrones y en salir del estancamiento económico. Ello le costó a Sandu ser objeto de amenazas. De hecho, y con motivo de la invasión rusa de Ucrania, Moldavia ha intentado desvincularse de la CEI, aunque con mucho miedo y de forma muy escalonada. Aún no se atreve a romper definitivamente: teme demasiado al vecino-ocupante ruso.

 

La diplomacia del gas

Además de la presencia física militar la presión política, Rusia utiliza el llamado “chantaje del gas”. Así, el Kremlin utiliza como arma el ajuste del precio del gas natural, del que Moldavia depende totalmente, convirtiendo al país en blanco fácil de las medidas coactivas de Moscú. Moldavia ha intentado en varias ocasiones liberarse de esta dependencia e integrarse en un mercado comunitario de la energía para diversificar sus exportaciones, lo que obliga a la república a adoptar el acervo comunitario en la materia. El problema de lo dicho es que gran parte de Europa – en especial, Alemania- necesita el gas ruso para funcionar 5. En consecuencia, Moldavia padece una indefensión integral. Prueba de ello son episodios graves como los de 2006 y la segunda mitad de 2021. Ambos están relacionados con la renegociación del precio del gas con Gazprom. El contrato con la empresa expiró en 2021 y Rusia impuso precios inasumibles para Moldavia, justo antes del comienzo del crudo invierno moldavo y con el país en gran parte desabastecido. La razón de disco proceder hay que buscarlo en el malestar de Moscú por una europeísta como Maia Sandu esté en el poder, quien se muestra más firme con respecto al contencioso de Transnistria. Tanto la UE como Ucrania, tradicionalmente enfrentada a Rusia en la cuestión del tránsito del gas ruso por Europa, ofrecen su ayuda: es otra razón más de Putin para mandar un aviso a Kiev, y Chisinau teme ser el siguiente, más cuando Rusia anuncia que su objetivo militar en Ucrania es unir el Dombás con Transnistria

Pasos ya ha dado a tal efecto: en febrero de 2023, Rusia revoca el decreto de 2012 a tenor del cual reconocía la soberanía de Moldavia sobre su territorio, incluido la resolución del asunto de Transnistria. Esto último es en realidad como no decir nada, porque Rusia no había hablado en ningún momento de retirar sus tropas, que tiene estacionadas en el territorio desde 1992, pero, al fin y al cabo, eran otros tiempos: Chisinau se acercaba a la UE pero Putin no se sentía amenazado, ni desplegaba una retórica tan antioccidental como ahora. Con la invasión de Ucrania, todo cambió y vio más cerca el viejo sueño de unir Transnistria y las áreas ocupadas de Ucrania.

Moldavia seguirá condicionada por el efecto Transnistria, pero agravado por la Guerra de Ucrania. De momento, Rusia permanece empantanada en una guerra de la que no sabe ni cómo ganar, ni cómo salir. La contraofensiva ucraniana de junio de 2023 ha obtenido un éxito limitado, lo que recuerda la fase de posiciones de la Gran Guerra. No obstante, el tiempo juega a favor de Rusia: un cambio de gobierno en EE.UU. o en los estados de la UE que pueda alterar sus equilibrios, podría llevar a olvidar la guerra de Ucrania, abandonando al país a su suerte: al fin y al cabo, es un conflicto muy caro y el petróleo y el gas rusos son necesarios.

 

Epílogo: una oportunidad perdida para el sector energético europeo y un quebradero de cabeza para Kiev

Durante la descrita crisis del gas moldava de 2006, La UE se terminó de dar cuenta del peligro que podía entrañar la dependencia europea del gas ruso. Se barajaron serias opciones de diversificar el mercado energético y una de ellas fue traer el gas desde Argelia vía España. La idea era buena pero fracasó por los intereses egoístas de los estados: Francia -siempre temerosa de cualquier ventaja que favorezca a España en el asunto del gas, se opuso a la vía española del gas africano. Alemania, por su parte, pese a que nadie dejaba de tener claro que una dependencia energética de Moscú era arriesgada, hizo lo contrario: en 2014 firmó un tratado con Rusia para proveer a Alemania de gas natural. Es lo que piensan: el año de anexión de Crimea y de la desestabilización del Dombás ucraniano, contra los que Merkel protestaba. Por tanto, ya dejaron sola a Ucrania una vez, contribuyendo a financiar, mediante la compra de gas a Rusia, el rearme y la guerra en el este ucraniano. Que la vuelvan a dejar sola no es del todo imposible.

 

 

 

Por Antonio Rando Casermeiro

Me llamo Antonio y nací en Santander en 1974, aunque soy, sobre todo, de Málaga. Soy licenciado en Derecho e Historia y doctor en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales por la universidad de Málaga y quisiera dedicarme a ello. Soy un apasionado desde pequeño del este de Europa, especialmente de los Balcanes y Yugoslavia. Me encantan las relaciones internacionales y concibo escribir sobre ellas como una especie de cuento. Soy apasionado de escribir también cuentos y otras cosillas. Desde 2013 resido en Colonia (Alemania)

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