Los precedentes: Moldavia, Georgia y Bielorrusia
La Federación Rusa utiliza emplea dos herramientas para posibilitar o aumentar su influencia, en especial en el ámbito eslavo: una es el ya analizado/introducido mundo ruso (Rusky mir); la otra, la fraternidad eslava, en el ámbito de países eslavos que no formaban parte de la URSS, como Serbia y los estados de los Balcanes Occidentales, que analizaremos en otro artículo. En el presente, continuamos analizando una de las consecuencias de ese rusky mir:
- en primer lugar, la protección de las minorías rusas en un área que considera de su influencia (Transnistria en Moldavia, Osetia del Sur y Abjasia en Georgia, Crimea y el Donbás en Ucrania);
- en segundo lugar, negando a ciertos estados eslavos su carácter nacional, pasando a ser considerados rusos o una forma de serlo (Bielorrusia – practicamente un protectorado ruso, Ucrania). En ambos casos, el corolario es un derecho de intervención para proteger a las minorías rusas.
En este post, trataremos Georgia
Georgia
No siendo un país eslavo, ha sido objeto de intervenciones rusas (en 1991-1992 y 2008). El asunto tan sólo se esbozará como antecedente y en tanto que se relaciona con la «intervención» – llamada «Operación Militar Especial» por el Kremlin)- en Ucrania, ya que sería imposible abordarlo con mayor detenimiento sin que perdamos el hilo.
El patrón se repite: Rusia interviene en Georgia al objeto de socorrer a las minorías secesionistas (circasianos y rusos, amén de otras nacionalidades) en Abjasia; y alanos (además de otras etnias, entre las que se cuenta la rusa) en Osetia del Sur. La causa, más o menos reciente hay que buscarla en el acercamiento de Georgia a la UE y a la OTAN desde 2003 y -en especial- desde 2008: como puede verse, es un -llamémoslo así- casus belli similar al de Ucrania. Ello provocó la última invasión rusa (2008) en Osetia del Norte y su extensión a Abjasia, otro enclave secesionista georgiano apoyado por Rusia e independiente de facto desde 1993.
En realidad, el asunto viene ya de largo: suele gustar llamarlo “conflicto congelado”, si bien es -simple y llanamente- un conflicto no resuelto. Más de un analista sostiene por enésima vez la teoría del “cerco de Occidente a Rusia” -expansión de la OTAN-, si bien, considero interesante señalar que se trata de países soberanos que no quien depender de la tutela rusa, no de territorios que son parte de Rusia. De hecho, pertenecieron casi siete décadas a la URSS y no quieren repetir con Rusia; por mucho que Moscú los considere como zona de influencia propia. Al Kremlin no le gusta que nadie gane posiciones en territorios cuyo control ejerció hasta fechas relativamente recientes: ni a Rusia, ni a ningún país. Según esta perspectiva, EEUU y sus aliados intentar ganar posiciones: de acuerdo pero ¿y qué país no? La política exterior de Estados Unidos -líder de la OTAN- no fue en el pasado algo ejemplar, si bien cabe decir lo mismo de los estrategas soviéticos y rusos después: sería absurdo decir que un estado no quiera ganar influenica a costa de otro. Y es que está todo muy repartido: hace muco tiempo que no hay terra nullius (con permiso de lo que está por venir: la exploración espacial), pues lo que se obtiene se quita siempre de otro.
Similitudes entre los casos ucraniano y georgiano
Hay muchos puntos en común entre los casos ucraniano y georgiano, razón por la cual los georgianos sienten como suya la guerra en Ucrania y ven muchos de ellos sus destinos unidos a los de los ucranianos, por razones obvias: de hecho los georgianos eran, en los meses iniciales de la guerra, la nacionalidad -después de los ucranianos, evidentemente- con más caídos en combate por el lado del gobierno de Kiev, y se resultaron voluntarios internacionales en Georgia antes incluso de que lo pidiera Volodimir Zelenski.
Los parecidos con Ucrania son bastante evidentes. Vamos a verlos, a grandes rasgos: 1) dos revoluciones incruentas que destierran los restos del pasado soviético y la influencia rusa; la «Revolución de las Rosas en Georgia (2003) y, en Ucrania, las revoluciones Naranja (2004), y del Euromaidan (2013-2014) 2) ambas revoluciones supusieron un deseo de sacudirse de la influencia rusa y un consiguiente acercamiento a Occidente; aproximación que Rusia no está dispuesta a tolerar y cuyos «remedios» todos conocemos (nada, por otra parte, que no hayan hecho, por ejmplo, los EE.UU) en Hipanoamérica y otros lugares a lo largo de su historia; 3) separatismo prorruso en regiones vecinas a la Federación Rusa, que esta espolea; 4) intervención militar de Moscú, bien al objeto de defender a las minorías, bien mediante contingentes de «mantenimiento de la paz» compuestos por fuerzas rusas; y 5) reconocimiento por parte de Rusia de partes del territorio como estados independientes. Si en el caso de Ucrania, Rusia procedió a reconocer las «repúblicas» de Donestk y Lugansk (luego, además, Jersón y Zaporiyia para, a continuación, anexionárselas), con Georgia sucedió algo similar. La ayuda a los secesionistas de Osetia del Sur en la guerra de 2008 acabó extendiéndose a gran parte del resto del territorio georgiano. Finalmente, Rusia reconoció como estadosa Osetia del Sur y, de paso, a Abjasia, de facto bajo control ruso desde principios de los años 1990. En este caso no hubo anexión, pero la situación eal es prácticamente como si lo fuera. Ello supone un verdadero quebradero de cabeza para sus habitantes, pues el proceso de pasaportización que usa Rusia (otorgar pasaportes rusos a los ciudadanos de los territorios bajo control de Moscú) no son aceptados por la Unión Europea, Estados Unidos y otros países. Lo mismo sucede con los pasaportes expedidos por Rusia en las zonas ocupadas de Ucrania.
Por dicha razón, no es de extrañar que en 2022 Georgia recibiera con los brazos abiertos a los ciudadanos rusos que salían en masa de su país para librarse del reclutamiento obligatorio para luchar en Ucrania.
Acercamiento –fallido, de momento- a Occidente
La OTAN
Tiflis lleva prácticamente desde su independencia en 1991 intentando acercarse a Occidente. Ya en 1995 Georgia se une al Programa de Asociación para la Paz de la OTAN, que ayudó al país caucásico a modernizar sus fuerzas armadas y acercarlas a los estándares de la Alianza. En dicho año, no se atrevió a solicitar formalmente su sesión a la OTAN, pero sí lo hizo en 2004.
En la Cumbre de Bucarest (2008), la OTAN aseguró que Georgia y Ucrania formarían parte de la organización, si bien no se dice cuándo. Eso sí, Washington y la Alianza estrecharon su colaboración con Georgia, siendo una muestra de ello la firma de un Memorando de Cooperación con la OTAN (2018).
Sin embargo, a partir de finales de 2021, la Casa Blanca empezaba a dejar traslucir su preocupación por la inminente invasión de Ucrania que preparaba Rusia. Así, el vocero de defensa estadounidense, John Kirby, ya no estaba tan seguro de una eventual membresía de Georgia en la Alianza y, en 2021, echando balones fuera, aseguró que la decisión de admitir a nuevos miembros compete a la OTAN, no a EE.UU.: como si Estados Unidos no tuviera un peso decisivo: un «si eso ya te llamo» de manual y, habida cuenta de la poca querencia de la Administración Trump por la OTAN es, más bien, un “no me llames más”. Mientras tanto, con independencia de que con Joe Biden en la Casa Blanca, las cosas son algo distinta, el país caucásico ha visto, impotente, como las adhesiones de Suecia y Finlandia progresan de manera muy rápida. Mientras Finlandia es ya estado miembro, Suecia espera en la antesala, varada por el veto turco, veto que nunca se ha expresado de manera oficial -aún. Con todo, la casi práctica totalidad de los miembros quiere a Suecia dentro. Con Georgia -y no digamos, con Ucrania- la situación es bien distinta: ¿dos países miembros con parte del territorio ocupado por Rusia? Muy halagüeño no parece: la OTAN debería intervenir..en teoría: no nos quepa duda de que algún artilugio de derecho internacional imaginarán para el caso: Chipre tiene más de un tercio de su territorio ocupado por el ejército turco (Ucrania, alredededor del 15%) desde 1974 y es miembro de la OTAN y de la UE.
Hablando de Turquía: el país ha expresado siempre su apoyo a Tiflis de cara a su integración en las estructuras euroatlánticas o en la UE. Sin embargo, sabemos que Ankara no «deja» entrar a nadie «gratis». A las antedichas Suecia y a Finlandia les exige no acoger a kurdos del PKK, organización que Turquía considera terrorista. Por otra parte, se venga del embargo de armas que los dos países nórdicos decretaron a Ankara con motivo de su incursión en Siria en 2019. Y Georgia alberga en (la República Autónoma de) Adjaria a turcos étnicos (junto a otras minorías): Ankara podría exigir mayor autonomía y derechos -y quién sabe qué más- a cambio de no vetar el ingreso en la OTAN del país caucásico.
La vocación europeísta
En 2022, Georgia solicita la incorporación a la UE, consciente de que es el único paraguas que puede otorgarle cierta protección con respecto a su poderoso vecino del norte. No es Occidente: es Georgia, por mucho que suele ser, para algunos autores -aliado tradicional de EE.UU. quien quiere alejarse de Rusia y relacionarse con «Occidente». Volviendo a la solicitud de formar parte de la UE, existen una serie de hitos previos como el Acuerdo de Asociación UE-Georgia (2014) o un Acuerdo de Libre Comercio (2017). En 2021, la Comisión Europea recomendó abrir negociaciones formales de adhesión de Georgia a la Unión Europea. Lo enunciado, a tenor del muy difuso lenguaje comunitario, puede querer decir en realidad poco o nada, pero es un paso más que la Comisión manifieste dicha «recomendación». Por cierto, la enésima comparación con Ucrania: la UE también afirmó que Ucrania estaba destinada a ser parte de la UE.
En resumen, se cuentan diversos asuntos que envenenan todo acercamiento a la UE y -sobre todo- al OTAN: 1) las distintas intervenciones del Kremlin en el país; 2) el control de Osetia del Sur y Abjasia junto a su reconocimiento de dichos territorios como estados independientes y, por último (3) el alejamiento de Georgia de los más mínimos estándares que la UE establece para convertirse en Estado miembro.
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