Conceptos previos del discurso ruso: el “mundo ruso” y la “democracia soberana”
Rusia, cabeza del mundo eslavo
(english version here)
La primera manifestación de Rusia como cabeza del mundo eslavo-ortodoxo fue formulada por el monje ruso Filoteo y se gesta al caer Constantinopla: la corona patriarcal de lo ortodoxo pasaría a Rusia como el país más importante de este ámbito religioso-cultura, iniciándose así el mito de la Tercera Roma, a tenor del cual Moscú sustituye a Constantinopla como cabeza del mundo ortodoxo. Sin embargo, la idea es cuestionada por turcos y por el propio mundo eslavo y, además, Moscú pasó por un siglo de convulsiones, momento nada propicio para poner en práctica ideas hegemónicas.
Tras la “jefatura” religiosa llega el segundo elemento: el mundo ruso, un concepto 1 que procede de la ideología imperial rusa del siglo xix y aparece plasmado en la “constitución” de la «República de Donetsk» como aspiración.
Diáspora rusa y minorías étnicas rusas no son lo mismo
Llama la atención el hecho de que, lo que en otros países encaja dentro del concepto de diáspora (rusos o sus descendientes que emigraron al exterior), no es así según la visión y discurso de poder del Kremlin. Y ello es así porque, técnicamente, estos “rusos” o “compatriotas en el exterior” –como prefieren denominarlos en fuentes oficiales– no son, en realidad, ni rusos, ni compatriotas. Se trata de minorías rusófonas o de cultura rusa que no tienen vínculo de nacionalidad con Rusia. Sin embargo, están repartidos en repúblicas que antaño fueron soviéticas. Por tanto, no son una diáspora, porque ni siquiera durante el periodo soviético fueron rusos. Lo dicho enlaza con la nostalgia de la URSS, que Rusia capitaliza para sí misma. Así, sólo puede hablarse de “compatriotas rusos” en el sentido de rusos étnicos. Esto no es exclusivo de Rusia y se da también en las repúblicas de la antigua Yugoslavia, y no únicamente en Serbia.
El segundo elemento o consecuencia de lo descrito es la narrativa de opresión de dichos «compatriotas» en los países que los albergan (ejemplo de lo anterior es el relato según el cual el régimen “nazi” de Ucrania que está cometiendo genocidio contra los rusos del Dombás). Éste es el mundo ruso del que habla Rusia, que puede traducirse, en términos geopolíticos, como esfera de influencia que este país reclama para sí y que contrapone a la expansión de la otan y de la UE: y Serbia es uno de los miembros más cercanos, al menos en segundo lugar. Naturalmente, el constructo del mundo ruso –una de cuyas consecuencias es la fraternidad eslava, que se trata aquí– es una herramienta de Moscú para recuperar la influencia perdida tras el desmoronamiento de la URSS.
A la vista de lo dicho, las consecuencia del constructo de «mundo ruso» son tres, a saber: 1) por una lado, la obligación de «protección de las minorías rusas» en un área que considera de influencia rusa (Transnistria en Moldavia, Osetia del Sur y Abjasia en Georgia, Crimea y el Dombás en Ucrania); 2)en segundo lugar, al negar a ciertos Estados eslavos su carácter de pueblo separado del ruso, éstos pasan a ser considerados rusos, o una forma de serlo (Bielorrusia, Ucrania). En ambos casos, 3) el corolario es que la Federación Rusa se arroga un derecho de intervención para proteger a las minorías rusas, que es lo que estamos viendo en Ucrania en estos momentos pero que no es nada nuevo.
Búsqueda de un pasado ideal y utopías retrógradas: Rusia y los ejemplos de Polonia y Hungría
Con arreglo a lo dicho, el concepto moderno de soberanía pierde vigor ante esta especie de globalidad difusa que preconiza el concepto de “mundo ruso”. Se trata de una utopía retrógrada (un concepto muy ilustrativo y acertado que tomo de Mikhail Suslov) anterior al advenimiento del Estado-nación”, un retorno a unos valores difusos de un mundo ideal perdido en un tiempo pasado que –una idea recurrente– siempre fue mejor. Es algo similar a lo que se da en Polonia y Hungría: volver a un mundo ideal. Sin embargo dicho pasado ni fue tan perfecto, ni realmente puede decirse que existiera, al menos como lo conciben: una tradición. Esta supuesta «tradición» es dudosa, porque no tuvo ni tiempo ni estabilidad para formarse. Polonia y Hungría han atravesado diversos periodos históricos sin estado propio, experimentando la ocupación de sus territorios por diversas potencias: necesitan, pues remontarse al pasado donde si fueron «grandes». Esta grandeza es algo muy hundido en el pasado y, por tanto desactualizado, por ello es retrógrado, antiguo, no actualizado: hay que bucear en imperios perdidos, que muchas veces se «reconstruyen» o se reinventan.Con Hungría podemos hablar del reino de San Esteban (siglo XI), la de Matías Corvino (s. XVI) o la Hungría de la segunda mitad del XIX, aunque dentro de la Monarquía dual austrohúngara). Polonia, por su parte, puede insipirarse -entre otros. en el monarca Segismundo III Vasa (a caballo entre los siglos XVI y XVII), así como la posterior Mancomunidad de Polonia y Lituania (también llamada «República de las Dos Naciones») un esplendor basado en parte en la tolerancia que se practicó, a diferencia del gobierno actual. Un apunte interesante y que viene al caso: Ucrania floreció en lengua y literatura dentro de este estado, no de Rusia.
Y Rusia, asímismo, ha atravesado varias épocas de esplen mistas Pedro el Grande y Catalina la Grande: muy ilustrativo, lo de la grandeza. Ellos fueron quienes conquistaron la llamaa Nueva Rusia (Nova Rossija); qué casualidad: justo las zonas ocupadas del sur de Ucrania. Sin embargo, Vladimir Putin tiene una querencia más especial por Ivan IV, «el Terrible» (1547-1584), gobernante cruel (se dice que mató a su propio hijo en un ataque de ira) y expansionista, hombre «fuerte» que no dudaba en reprimir y ajusticiar todo lo que se le pusiera por delante -niños incluídos-, por miles y bajo acusaciones infundadas muy del estilo de su futuro rival en crueldad en el gobierno: Stalin. La razón puede venir dada por el revisionismo histórico practicado por Vladimir Putin, a quien gusta identificarse con él. Por dicha razón erigió dos grandes estatuas en Moscú y Oryol (al sur de Moscú), cuya inauguración se llegó a trasmitir por televisión y contó con la asistencia de las autoridades eclesiásticas ortodoxas rusas, algo en principio nada llamativo si se tiene en cuenta que el Patriarca Kiril considera a Vladimir Putin a alguien puesto en el poder por el mismo Dios. No faltaron, ni que decir tiene, autoridades que se afanaron en trazar paralelismos ente aquel «fundador del estado ruso» y el actual gobernante, sugiriendo que con Putin se asistía a la enésima refundación rusa. Tampoco se echaron en falta a moteros ultranacionalistas entre los que el ocupante del Kremlin tiene bastante buena prensa.
Con todo, aquellos San Esteban, Matías Corvino, Repúblicas de las Dos Naciones y zares de los siglos XVI o XVIII quedaban muy lejos. Vladimir Putin lo tenía mucho más fácil: su «grandeza» es más identificable en el tiempo y en el espacio: la URSS. Así, din dejar las grandes glorias, tiene algo tangible en qué centrarse. Además tiene un enemigo sobre el que proyectar su discurso: Occidente.
De acuerdo con esto, Occidente –en especial EE.UU.– son, según lo afirma Putin en su discurso previo a la invasión de Ucrania, un “imperio de las mentiras” que ha atentado no sólo contra los “valores tradicionales”, sino también contra las “normas de la moral y la ética por todos reconocidas”, sin especificar a ciencia cierta en qué consisten los valores aludidos. Esta utopía se traduce en “esferas de influencia”, esto es: reivindicación de los antiguos territorios de la URSS -y Ucrania es uno de ellos. Es una meta.
Otra manifestación del mundo ruso es la “rusianidad”, que implica que el centro (léase Rusia) engloba a la periferia, aunque se hable sutilmente más del etéreo concepto de Eurasia que del espacio de la antigua URSS. Sin embargo, no son solamente los rusos de Rusia el motor: por el contrario, los “rusos” repartidos en otros países -véase el concepto particular de diáspora enunciado arriba- adoptan un papel activo, ya que –según el enfoque de los teóricos– son depositarios de una enorme energía, que caracterizaría a los pueblos que viven entre dos mundos: se trata de gentes “apasionadas”, contenedores de pasión: enérgicos, aventureros y emprendedores (su actuación para “liberar” el Dombás sería una manifestación directa de este carácter).
Democracia soberana
Por último, íntimamente ligada a la idea de “mundo ruso”, se imbrica el concepto de democracia soberana, una idea bastante anterior. Esta idea es otra esfera más del “ser ruso” y nace, como no podía ser de otra forma, opuesta al “decadente” Occidente, falto, como ya se apuntó, de valores tradicionales. El concepto de democracia soberana tiene de positivo el hecho de ser fácil de digerir, adaptable al gran público, de ahí que su contenido sea vago y especulativo.
Con todo, habría elementos definitorios como 1)tradicionalismo 2) celo por la soberanía estatal y 3)exclusividad nacional. En este peculiar tipo de democracia no tienen un rol primordial nociones como Estado de derecho (en la democracia soberana la justicia es más un ideal que un pilar del sistema) o la protección de las minorías, libertad de prensa o existencia de una oposición viable, entre otros. De ahí, se pasa a una intencionada comparación con las democracias occidentales. Éstas –según esta idea– intentan denodadamente imponer su tipo de democracia a Rusia. Por tanto, se niega la universalidad de los valores de la ue; es más: dichos valores pretenden cercenar los rusos. En suma, ambos tipos de democracia son igualmente válidos según este relato. De este modo, la democracia soberana es una forma de democracia que se adapta a los rusos y –se supone– es por añadidura querida por ellos. En un ejercicio de dudosa equidistancia, se sostiene que la democracia soberana (es decir, la rusa) tiene fallos, pero también los tienen las democracias occidentales. En cuanto a la relación con laUnión Europea, las puyas son significativas: los rusos son soberanos, los miembros de la UE no: la UE impone a sus Estados una normativa que restringe su soberanía. Es un discurso que siempre vino bien a los intereses de los gobiernos semiautoritarios de Polonia y Hungría. Por esta razón , sentó a Putin tan mal que, en momentos previos y durante la invasión, al remitir una carta a cada uno de los estados de la ue, fue el Alto Representante de Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, quien contestó en nombre de todos. Las acusaciones de países que no saben regirse por sí mismos y que están condicionados por una ue antisoberana no se hicieron esperar por parte del Kremlin.
Esta entrada, actualizada y revisada, es parte de mi artículo…
RANDO CASERMEIRO, Antonio Francisco. «Los constructos políticos de “mundo ruso” y “fraternidad eslava” a la luz de la invasión de Ucrania de 2022: el caso de Serbia. Foro internacional, 2022, vol. 62, no 4, p. 735-796.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0185-013X2022000400735&script=sci_arttext
La Federación Rusa utiliza dos herramientas para posibilitar o acrecentar su influencia, en especial en el ámbito eslavo: el “mundo ruso” y el constructo de la “fraternidad eslava”. La primera presenta dos manifestaciones: en primer lugar, la protección de las minorías rusas en un área que considera de influencia rusa (Transnistria en Moldavia, Osetia del Sur y Abjasia en Georgia, Crimea y el Dombás1 en Ucrania); en segundo lugar, al negar a ciertos Estados eslavos su carácter nacional, éstos pasan a ser considerados rusos, o una forma de serlo (Bielorrusia, Ucrania). En ambos casos, el corolario es un derecho de intervención para proteger a las minorías rusas.
En cuanto a la “fraternidad eslava”, el constructo se aplica a otros pueblos que, si bien no se consideran rusos, son para Rusia “hermanos eslavos”: es el caso de Serbia, que se aborda en el presente estudio. Así, la invención de la idea de una “fraternidad eslava” secular, de protección a la nación serbia, sirve a Rusia -en especial, desde la guerra de Kosovo- para incrementar su influencia en grandes sectores de la opinión pública serbia.
The political constructs of the “Russian world” and “Slavic Brotherhood” in the light of the 2022 Russian invasion of Ukraine: the case of Serbia
The Russian Federation uses two tools to facilitate and extend its influence in the Slavic post-Soviet sphere: the “Russian World,” and its twin idea “Slavic brotherhood.” The first tool is expressed in two ways: first, protection of Russian minorities in an area that Russia considers its sphere of influence (Transnistria in Moldova, South Ossetia and Abkhazia in Georgia, or Crimea and Donbas in Ukraine). Second, Russia denies the national character of certain states, such as Belarus and Ukraine. Instead, both are defined as Russians, or ways of being Russian. In either case, the consequence is that Russia reserves its right to (military) intervention to protect the Russian minorities.
Regarding the second tool, Slavic brotherhood, this construct is applied to other peoples who are not considered by the Kremlin to be Russians, but fellow Slavs. This is the case of Serbia, dealt with in this paper. Perpetuating the myth of “Slavic Brotherhood” allows Russia-particularly since the Kosovan war-to increase its influence in large sectors of Serbian public opinion.
Les construits politiques du « monde russe » et de la « fraternité slave » à la lumière de l’invasion de l’Ukraine en 2022: le cas de la Serbie
La Fédération de Russie utilise deux outils pour permettre ou accroître son influence, notamment dans la sphère slave: le « monde russe » et la validation de modèle de « Fraternité slave ». Le premier présente deux manifestations : premièrement, la protection des minorités russes dans une zone qu’elle considère comme d’influence russe (Transnistrie en Moldavie, Ossétie du Sud et Abkhazie en Géorgie, Crimée et Donbass en Ukraine) ; deuxièmement, en déniant à certains États slaves leur caractère national, ils en viennent à être considérés comme russes, ou l’étant d’une certaine manière (Biélorussie, Ukraine). Dans les deux cas, le corollaire est un droit d’intervention pour protéger les minorités russes.
Quant à la « fraternité slave », le construit s’applique à d’autres peuples qui, bien qu’ils ne se considèrent pas russes, sont pour la Russie des « frères slaves » : c’est le cas de la Serbie, lequel est abordé dans cette étude. Ainsi, l’invention de l’idée d’une « fraternité slave » laïque, pour protéger la nation serbe, sert à la Russie – surtout depuis la guerre du Kosovo – pour accroître son influence dans de larges secteurs de l’opinion publique serbe.
Mots clés : Balkans occidentaux; Serbie; Russie; invasion russe de l’Ukraine; monde russe; fraternité slave