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La reunificación de Alemania, una unidad que no lo es tanto

Aprovecharé el día de la Unidad alemana de ayer, 3 de diciembre, como arriete para llevar a cabo una reflexión de lo que está pasando en el este de Europa. La unidad alemana es un buen ejemplo de contraste por lo que veremos a continuación.

Retrocedamos un poco en el tiempo: Alemania, 1871. Se funda el Imperio Alemán (Deutsches Reich, el II, se dice) tras vencer Alemania a Francia en la Guerra Franco-prusiana. Los años de diplomacia y paciencia del canciller  Otto von Bismarck habían llevado a Alemania a su máxima extensión y supremacía en el continente ¿qué podía salir mal? pues, a tenor de la historia, todo. Guilermo II acabó por despedir a Bismarck, con lo que se perdió una brillante mente estadista y se embarcó en las bravuconadas y política exterior errática e imprudente, neutralizando las alianzas que había conseguido llevar a cabo Bismarck, que mantenían a Alemania estable en sus relaciones exteriores y neutralizaba enemigos potenciales.

Pérdidas territoriales alemanas en las dos guerras mundiales

Ello llevó a Alemania a la Primera Guerra Mundial, que se saldó, según los tratados de paz, en especial el de Versalles (1919)  con el resultado de perdidas territoriales punzantes pero aún asumibles -muchas de ellas eran adquisiciones relativamente recientes1. Al fin y al cabo, el Deutsches Reich se había edificado sobre parte de territorios polacos, sustrayendo a los eslavos un ingreso al mar. Es verdad que dolía, porque el imperio quedaba partido en dos, aislando a Prusia Oriental del resto de Alemania. Aunque, no nos engañemos: cualquiera lo hubiera firmado hoy. Los tratados de paz fueron trazados con muy poco tacto, sentando las bases de la II Guerra Mundial y humillando a Alemania, a la que se consideraba la culpable absoluta de la guerra, por lo que fue sometida a indemnizaciones draconianas, que comprometían el desenvolvimiento financiero del país germano, que se veía imposibilitado para solicitar créditos y financiarse. Claro ¿de dónde sacar el dinero para pagar? no se podía. Pero no pasa nada, para eso estaba la ocupación de la zona industrial de Alemania, Renania. Ahí estaban Bélgica y Holanda para invadir «su» parte en 1923, echando más leña al fuego. Un error tras otro. Ello llevó a una situación de crisis económica brutal que generó el caldo de cultivo ideal con un fondo de resentimiento, para el advenimiento del nazismo.  Curiosidad: una idea de la medida de las indemnizaciones/reparaciones de guerra que se impuso a Alemania la podemos encontrar en el año 2010, cuando la canciller alemana Angela Merkel satisfizo el último bono de pago.

Si Guillermo II fue algo bocazas e imprudente, Hitler lo adelantó por la derecha y por la izquierda. Sus sueños imperiales no tenían límite, y  las potencias occidentales consintieron todo al impulsivo austriaco  con tal de apaciguarlo. «Ya parará en algún momento» -debieron pensar. No sería el caso. Hizo lo que quiso: la anexión de Austria,  la de los Sudetes, la ocupación de Bohemia y Moravia; e incluso la invasión de Polonia. Reino Unido y Francia  declararon la guerra a Alemania, pero con la boca chica, pensaban en el fondo que todavía se podía arreglar la situación. Pero no se arregló y todos sabemos lo que sucedió. La Alemania nazi sumió a Europa y al mundo en una catástrofe sin precedentes. Los alemanes volvieron a perder la guerra. Y esta vez los aliados ya no sabían que hacer con ella…desmembrarla, hacerla desaparecer dividiéndola. La ocuparon, de momento, y ya se vería.  La frontera alemana retrocedió a la línea formada por los ríos Oder y Neisse, perdiendo Alemania territorios históricos (llamados Ostgebiete) como (la Alta) Silesia, Pomerania; Brandenburgo-Este y Prusia Oriental (en total fue amputado a Alemania un 25%  de la superficie que tenía antes de la guerra), con importantes ciudades como Breslavia, Königsberg (hoy la rusa Kaliningrado) o  Stettin . La URSS reconfiguró Polonia con territorios «adquiridos» a los alemanes -tras la consiguiente limpieza étnica llevada a cabo con los germanos que allí vivían, del mismo modo que sucedió en Sudetes (hoy Chequia)- y se quedó algunos de la parte oriental del desafortunado país. Ganar una guerra suele tener esas consecuencias: haces lo que quieres, incluso con Polonia, país que se había repartido con Hitler mediante el  Pacto Ribbentrop-Mólotov o Pacto germano-soviético en 1939. El problema es que, en virtud del mencionado infame pacto, ya que se habían quedado la parte oriental de Polonia. Está feo pactar con Hitler, pero se ha ganado la guerra y, ya que  se poseen dichas áreas, para qué soltarlas. Dicho y hecho: se «compensó» a los polacos con los territorios arrebatados a Alemania por los que ellos se habían quedado en el este polaco. A ellos no les gustó -ni siquiera fueron preguntados al respecto: estaban bien con sus fronteras de 1937, pero es lo que había.

Con el tiempo, los sectores estadounidenses, británico y francés de Alemania se unieron formando la República Federal Alemana, y los soviéticos crearon la República Democrática Alemana.

La espinita de las pérdidas territoriales quedó clavada en todo alemán, incluidos los más fervientes antinazis. Una cosa era perder una guerra y otra, unos territorios que nada tenían que ver con ella. Pero los soviéticos querían su venganza -que razón tampoco es que les faltara- y se hizo la escabechina territorial que dejó reducida Alemania a lo que es hoy pero, encima, dividida.

Pero dicha espinita no conducía a ninguna parte si se quería avanzar. Ya lo decía Willy Brandt, que el futuro no podía ser dominado por aquellos que se aferran al pasado». El político socialdemócrata alemán, ya en el cargo de Bundeskanzler, sentó las bases de ello con su Ostpolitik (política respecto al Este). Lo que podía haber sido y no fue no permitía avanzar en uno de sus sueños: la reunificación de Alemania. No tenía sentido reivindicar unos territorios que sabía que no volverían. Hubiera sido, aun en el improbable caso de que los soviéticos hubieran dicho «es cierto, tienes razón, te quitamos los territorios con población alemana injustamente», un verdadero lío: ¿qué pasa con los polacos que se han establecido detrás de la línea Óder-Neisse, muchos expulsados de los territorios polacos orientales que les habían quitado los soviéticos? ¿y qué hacemos con los alemanes o sus descendientes del mismo modo expulsados de dichos territorios?¿otra vez a Polonia? pero ¿a qué Polonia? Ni aunque el Kremlin se hubiera dedicado al empeño de reconstruir la Polonia de entreguerras tendría ya sentido. Casos de ese tipo, volver a toro pasado sobre las tierras que algún día se habitaron y que ahora albergan población que, vaya fastidio, que vive allí desde hace siglos ya tenemos uno: Palestina. Y, a tenor de lo visto, lleva 75 años sin terminar de salir bien.

Volviendo al gran Willy, decidió cortar por lo sano y empezar a pensar que había que normalizar lo que la guerra y la geopolítica ya habían dictado hacía veinticinco años. De este modo, se aviene a reconocer la mencionada Óder-Neisse y dejar a los soviéticos los territorios otrora alemanes de Prusia Oriental, entre otros. Se firmaron tratados en este campo con la URSS y Polonia. Doloroso -fue tachado por muchos de traidor-, pero no quedaba otro camino.

Termina la Guerra Fría, la URSS camina de manera decidida hacia su disolución y Alemania recupera su soberanía, en base al trabajo iniciado por Willy Brandt. Se firma el «Tratado sobre la Regulación definitiva respecto a Alemania» o «Tratado Dos más Cuatro» (1990) entre las dos Alemanias, EE.UU., la URSS -o lo que quedaba de ella-, el Reino Unido y Francia. Los soviéticos tenían ganas de quitarse problemas de encima y necesitaban créditos occidentales. No lo veía de igual forma otro ruso: un jovenzuelo treintañero, rubito, de Dresde, agente del KGB destinado en Alemania, llamado Vladimir Vladimorovich Putin, que solicitaba la URSS  tanques y amenazaba con liarse a tiros con unos alemanes que querían cantarle las cuarenta a la Stasi y que amenazaban con entrar por la fuerza en la oficinas. Los carros de combate no llegaron y desde entonces el ex agente no llevó bien tener que mudarse a Leningrado, donde trabajó de taxista. Más de uno de nosotros pagaría por saber cómo serían las conversaciones con tal taxista en una carrera: con seguridad muy enfadado. Pero hoy… digamos que lo del taxi lo dejó tiempo ha.

El Dos más Cuatro tenía algo aparejado: aceptamos la reunificación pero nada de reivindicaciones territoriales de lo que antaño fue Alemania. Así, se firma también el Tratado fronterizo germano-polaco para terminar de una vez la cuestión, que desde 1945 se hallaba en realidad pendiente. Y Alemania renuncia, también a tenor de lo estipulado en los tratados de Postdam (1945) y otros previos, a estos Ostgebiete, de derecho administrados por Polonia o la URSS (Prusia Oriental); de facto parte de ellas.

Hay más: tras la reunificación alemana -en realidad una absorción de la RDA por la RFA- los ossis (como se les llama no demasiado amigablemente a los alemanes del este) pudieron experimentar libertad y abundancia con sólo cruzar lo que fue el Muro. Ahora había libertad pero venía lo más difícil: había que gestionarla. Los alemanes del este pasaron de un país cutre, con escasez y colas en los supermercados a las «bondades» del capitalismo, si bien con una pequeña transición: si antes no había prácticamente qué comprar y ahora sí, resulta que ahora no había con qué. Y es que la seguridad de tener un trabajo y la estabilidad en la vida dio paso a que, de repente, muchos alemanes que tenían la vida resuelta pasaran a engrosar las estadísticas del paro. La economía de Alemania del este no era viable una vez integrada en los circuitos occidentales, por lo que se procedió a una reestructuración y fase de privatizaciones sin hacer prisioneros. Detlev Rohwedder, que dirigía el Treuhandanstalt (Agencia fiduciaria o THA) , organismo creado para tal fin, fue el encargado: su cometido era administrar las empresas estatales de la RDA. Entiéndase «administrar» en el sentido de cerrar empresas, privatizarlas, reestructurarlas, etc. con los grandes perdedores de la unificación: los trabajadores. En la antigua RDA, de más de cuatro millones de trabajadores de 1990, se pasó sólo a un millón y medio: un desempleo que asusta. La THA se convirtió en la peor pesadilla de los obreros de la antigua RDA y a Herr Rohwedder le costó la vida en un atentado en Düsseldorf en 1991. Recomiendo, en este sentido, la visualización del apasionante documental de Netflix «Detlev Rohwedder: un crimen perfecto» a todo aquel que quiera saber más de este asunto.

Quizá es este descontento inicial  en el este alemán (se les llama también los neue Bundesländer o «nuevos estados federados») el germen del predicamento que despliega la ultraderecha y donde más pronazis hay. Ya ha costado vidas. Otra anécdota, para terminar: los que vivimos en lo que fue la Alemania occidental, seguimos pagando con nuestros salarios el importe de la reunificación mediante una especie de impuesto, el Solidaritätszuschlag (Suplemento de la solidaridad»), cuyo fin es sufragar los costes de la absorción de la RDA (o anexión como dicen los rusos: tampoco andan demasiado desacertados, si no fuera por el pequeño detalle de que el país lo crearon ellos). Suponía un suplemento con cargo al IRPF y Sociedades que pagarían todos los trabajadores. Hoy se mantiene sobre todo para aquellos con ingresos más altos. En principio, se pensó como algo temporal en 1991.

«Temporal» es también su constitución, que ni siquiera se denomina. Así. Oficialmente, su nombre es Grundgesetz («Norma Fundamental»), en contraposición a otros países germano parlantes, que sí usan el término en lengua alemana para constitución (Verfassung) como Austria o Suiza. De hecho, la idea era, en la inmediata posguerra, elaborar un texto «constitucional» provisional que sirviera para Alemania Occidental. Se promulgó en circunstancias más que extraordinarias: ocupación aliada y texto provisional en tanto -se soñaba- algún día Alemania se unificaría.

El texto no sigue los procedimientos habituales. En primer lugar, no hay elecciones a cortes constituyentes . Tras 12 años de nazismo era muy difícil encontrar gente que podía haber ejercido como diputados (Alemania estaba inmersa en el proceso de desnazificación): muchos políticos de antaño habían sido reprimidos o habían muerto en la guerra. Así que lo que se hizo fue crear una Asamblea Parlamentaria extraordinaria (Parlamentarischer Rat  o «Consejo Parlamentario»), que, a modo de cortes constituyentes, fue elegido por los gobiernos de los estados federados y se reunió en Bonn entre 1948 y 1949, todo ello supervisado por las potencias ocupantes. Tampoco hubo un referéndum popular para su aprobación. Tras la unificación, se siguió usando el mismo texto legal. Hoy en día se sigue llamando igual, aunque los órganos constitucionales sí participan de la denominación de Verfassung. En resumidas cuentas, un estado unificado pero sin el 25% de sus territorios históricos y regido por una constitución que no es tal. Lo que se dice una situación normal, tampoco es.

Así, al calor de todo lo dicho,  cuando a algún alemán de cierta edad le hablan de reunificación, es posible que no tenga mucho que celebrar.

Europa oriental: pocas oportunidades para ser «grande» y el triunfo del populismo

De acuerdo con lo descrito, los alemanes, o tuvieron su grandeza, o los intentos de acercarse a ella no les reportaron beneficios, sino todo lo contrario. Su participación en el holocausto judío (así como de otras etnias como los gitanos y de grupos como los homosexuales) es otro ingrediente más a favor. Ellos saben bien que intentar construir un imperio cuando los demás ya estaban no sale bien. Al menos ya no hay un estado comunista y otro capitalista. Mejor quedarnos como estamos. Siempre puede ser peor. No les fue mal.

Lo mismo puede decirse de los austriacos:  hace más de un siglo que perdieron su imperio; ya tuvieron su grandeza. Quedaron integrados en el III Reich, pero tampoco puede decirse que les fuera bien. Dejémoslo ahí, o no, porque la ultraderecha ya participó en un gobierno austriaco hace no demasiado tiempo.

La clave: «yo también quiero mi gloria»

Vaya por adelantado que el término de «ser grande», relativo a un país, es algo que causa siempre -al menos en mi caso- desasosiego. No hay más que ver el Make America Great Again de Trump para ilustrarlo. Y es que, como se ha ido definiendo, la grandeza de unos va siempre en detrimento de otros.

Y de esos «otros» es de los que quiero hablar: muchos países de Europa oriental no tuvieron siquiera la posibilidad de probar la grandeza o intentarlo . No tuvieron proyectos hegemónicos; es más: sufrieron en propias carnes los de otros.  Polonia formó, junto a Lituania y parte de lo que hoy es Ucrania,  la Mancomunidad Polaco-Lituana, uno de los estados más extensos prósperos de Europa, allá por los siglos XVI, XVII y parte del XVIII. Sus designios fueron truncados (eufemismo de «fueron desmembrados repartidas fueron sus tierras») cuando empezaban a despegar. Tras las derrotas alemana, rusa y austrohúngara en la I Guerra Mundial, un póker realmente increíble,  Polonia, por primera vez en siglos, pudo respirar tranquila. Sin embargo, se le heló el aliento: llega el nazismo, y es que siempre se puede estar peor (no sé cuantas veces van ya, y vendrán más) . Ello desembocó en la II Guerra Mundial y, sin comerlo ni beberlo (es cierto que Hungría un poco sí, porque era aliado de la Alemania nazi) se ven abocados a convertirse en estados satélites de la URSS: casi ayer fantaseaban con la gloria recuperada.

Los húngaros, un caso similar: cuando después del Ausgleich austrohúngaro de 1867 se les permitió tener «su» propia parte del imperio (administrando la actual Hungría,  Eslovaquia, Croacia, Eslavonia y gran parte de lo que hoy es Rumanía, sobreviene la Primera Guerra Mundial: ni medio siglo les dura la alegría, pues el imperio Austrohúngaro se disuelve y Hungría queda reducida a un estado bastante insignificante.

Cuando salieron de la «tutela» soviética, estos estados no tenían una época esplendorosa en la que mirarse o un pasado glorioso. Por lo que se lo inventaron o lo mitificaron: escogen un tiempo y, a continuación se magnifica. Como el estado poderoso -si lo hay- no fue en realidad nada del otro mundo, vuelven la mirada a supuestas esencias, tradiciones: son utopías retrógradas que comenté en otra entrada.

Volvemos a 2023. Polonia, con motivo de la guerra de Ucrania, transitaba por algo parecido: los territorios perdidos en la II Guerra Mundial o el esplendor de la Mancomunidad Polaco-Lituana igual no se pueden recuperar pero, a cambio, Polonia se está convirtiendo en potencia militar regional. Algo es algo. Los húngaros, a parte de soflamas incendiarias, poco más.

Escepticismo hacia la Unión Europea: el grupo de Visegrado

Húngaros, polacos, checos y eslovacos integran el llamado Grupo de Visegrado -o V4., un pacto de reminiscencias del pasado, también, «grandes». En un principio lo integraban pesos muy pesados de la política del antiguo bloque del Este como Václav Havel (Checoslovaquia), Lech Wałęsa (Polonia) y József Antall (Hungría). Paradojas de la vida, la idea inicial era cooperar de cara a la integración de dichos países en la Comunidad Económica Europea, el niño que hoy es la UE. Hoy, sin embargo, es uno de los grupos más combativos contra los valores de la Unión Europea. Sus gobiernos se vinculan a una ultraderecha revisionista y neopopulista, muy en la órbita del autoritarismo de Putin. Cuando el líder ruso invadió Ucrania, los estados del V4 aparcaron su antieuropeísmo para apoyar a Ucrania, pues existe un miedo mayor como es el de volver al redil de Moscú. Igual no participaron de una época mítica de esplendor, como se ha dicho, pero sí que tuvieron suficiente con los años del Telón de Acero.

Ahora con la crisis del  grano ucranio y la victoria en las elecciones eslovacas de Robert Fico, socialdemócrata bastante crítico con la UE y muy putiniano, el V4 quiere, del mismo modo, recuperar el pulso perdido con la guerra de Ucrania. Viktor Orban, el presidente húngaro, ya se ha manifestado muy disponible a dialogar con un «patriota». Seguro que están deseando trabajar juntos, y uno de los principales caballos de batalla es la inmigración, sobre todo los refugiados. Es el pilar que necesita Orbán para devolver a las personas refugiadas a la fronteriza Serbia. En muchos casos enfermos o recién «salidos» del hospital.

El ruido de fondo es el mismo, muy en consonancia con las ideas de Putin: somos europeos pero tenemos nuestra autonomía en política exterior, somos democracias pero tenemos nuestro propio modelo y Occidente quiere imponernos el suyo que, usted perdona, no tiene que ser el mejor. No seremos «colonizados» por la UE etc., etc. Lo dicho se manifiesta, entre otras cosas, en un rechazo a las cuotas de inmigrantes o de refugiados de la UE y, ahora, también se oponen a  enviar armas a Ucrania. Si en un primer momento todo el V4 se mostró sin fisuras alineado con la UE, especialmente Polonia y a regañadientes, Hungría, ahora el último parece liderar una revuelta contra la UE (me refiero a otra: lo de no cumplir con el Estado de derecho o un poder judicial independiente viene ya de largo). La excusa es la crisis del grano, otro modo de ir contra lo estipulado por la UE . La Unión estableció libre exportación de cereal ucraniano, sin aranceles. Para un partido proteccionista como el PiS polaco, esto es demasiado. Ni grano, ni refugiados (en este sentido, Polonia ha empezado a cobrar por los albergues a los refugiados ucranianos).  Lo del grano es, en realidad,  para despistar: nunca les acabó de gustar del todo sancionar a la Rusia de su admirado Putin y, por otra parte, la guerra es un incordio para todos, y se vuelve con el tiempo más y más onerosa. Hay que salir de esta espiral de principios e ir a lo nuestro, que es la economía. Es la baza de Putin: dividir y vencer.

Las recientes elecciones de Eslovaquia van en la dirección de reforzar Visegrado. Los comicios polacos del 15 de este mes, con una oposición más unida que nunca en torno a la figura del exprimer ministro y expresidente del Consejo Europeo Donald Tusk son una incógnita. Si Tusk consigue la victoria, el Grupo de Visegrado podría perder a uno de sus principales valedores, pionero en el restablecimiento de controles fronterizos y en la discusión o puesta en solfa de los valores comunitarios, en especial el Estado de derecho. Entre tanto, el gobierno polaco trata, con leyes de dudosas credenciales democráticas, obstaculizar la carrera electoral de Tusk, lo que ya ha hecho saltar (una vez más) todas las alarmas en la UE. El desalojo de la coalición gobernante, liderada por el partido PiS (Ley y Libertad), ultraderechista, revisionista, tradicionalista, proteccionista, anti LGTBI y otras cosas más puede marcar un punto de inflexión muy interesante.

Los Balcanes: una cantinela recurrente y una retroalimentación

En los últimos días,  quizá semanas me he sobresaltado leyendo una sarta de… un serie de ocurrencias y declaraciones que no dejan de parecerme, por llamarlo sin trazo grueso, «curiosas» en relación a los Balcanes. El dos de octubre, es decir, anteayer, los líderes de la UE se reunieron para «reflexionar sobre el futuro político de Europa«. Mal asunto es ese: cada vez que reflexionan es para cerrar una puerta al alguien -en este caso, a los Balcanes Occidentales.

Pero no nos desviemos y vamos a la cuestión. La reflexión aludida gira en torno a una preocupación por el este de Europa, una zona que no terminó de asimilar del todo su entrada en la UE. Entre Uds. y yo: se esperaban más, para qué mentir. Es el problema de integrar de golpe a casi todo el antiguo bloque del Este, con tradiciones políticas e históricas muy distintas -entre las cuales no es la democracia una de ellas- la cosa chirría. El sentimiento, por otra parte, es recíproco: la UE está curada de espanto y se muestra muy reacia a admitir a nuevos miembros -¡quién quiere otro v4!, menos  con una Serbia «dentro» que se muestre alineada con los principios de estos europeos díscolos y que va por libre en el asunto de Rusia. Este ciclo se retroalimenta hasta el infinito: «Europa no nos convenció», a lo que la UE responde «vosotros tampoco, no os creáis». «Ah ¿sí? pues paso de vosotros». Y algo parecido sucede en los Balcanes, hartos ya de prórrogas y retrasos junto a promesas vacías. Como me dijo una amiga de allí el otro día «nadie piensa ya en la UE».

La mayoría de los países de los Balcanes no participaban de las características de los países descritos anteriormente. Yugoslavia supuso una tercera vía que, si bien dentro del socialismo oficial, cultivaba relaciones con todos los bloques, a la vez que lideraba el Movimiento de Países no Alineados. Su mentalidad era más abierta porque las condiciones fuero menos estrictas que las de aquellos países que cayeron en la órbita soviética. Pero hay un problema: habían acabado el siglo XX mal -muy mal en los casos de Serbia, sobre todo, y un poco Croacia-, con innumerables atropellos a los derechos humanos , limpiezas étnicas, etc. Eslovenia, la más occidentalizada acabó entrando en la UE en 2004, y Croacia, responsable también de crímenes contra la humanidad durante las guerras de finales de los años 1990, acabó siendo estado miembro en 2013. La parte más occidental, las de mayor tradición austrohúngara.

Pero de eso hablaremos en la segunda parte de esta entrada, espero que pronto

 

 

Por Antonio Rando Casermeiro

Me llamo Antonio y nací en Santander en 1974, aunque soy, sobre todo, de Málaga. Soy licenciado en Derecho e Historia y doctor en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales por la universidad de Málaga y quisiera dedicarme a ello. Soy un apasionado desde pequeño del este de Europa, especialmente de los Balcanes y Yugoslavia. Me encantan las relaciones internacionales y concibo escribir sobre ellas como una especie de cuento. Soy apasionado de escribir también cuentos y otras cosillas. Desde 2013 resido en Colonia (Alemania)

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