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Comenzamos nueva “sección”, la ampliación de la UE a los Balcanes Occidentales, de la que Serbia será, la punta de lanza. Dará para varias entradas, así que -si os apetece- estad atentos.
Los Balcanes Occidentales son la zona de expansión natural y actual de la Unión Europea. Dos de sus estados, Eslovenia y Croacia, son ya estados miembros. Dentro de este ámbito, los analistas hablan más en concreto de los llamados WB6. Se trata de países y territorios de la región que aún no forman parte de la UE, pero que han solicitado su adhesión a la misma, cada uno de ellos en distintas fases del proceso y con características muy diversas: Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia.
La UE, con independencia de tratar cada país por separado a la hora de la adhesión, abordará a la región en términos de integración como un conjunto, para cohesionar el territorio y prepararlo para converger con la eurozona.
Ahora bien: dicha ampliación está condicionada por varios factores -que serán abordados en posteriores entradas; a saber,
a) En la esfera interna
- el desencanto de la macroampliación de Niza, llevada a cabo en 2004 que lleva a la UE a frenar la ampliación a los WB6,
- el Brexit
- el ascenso de movimientos en general antieuropeos como la extrema derecha o el populismo, con frecuencia unidos o el contexto internacional:
b) En la esfera externa, en franca competencia con la UE:
- los Estados Unidos de Trump,
- la Rusia de Putin
- la China de Xi Jinping (de esta última ya hemos tenido ocasión de hablar), pero se hará aún más.
La importancia decisiva de Serbia con «factor de arrastre»
Es el país más importante en términos de superficie y población de los BBOO y su proceso de integración es fundamental para el futuro de la estrategia comunitaria de ampliación en la región. Constituye, junto a Montenegro, la pareja de estados que más posibilidades tiene de convertirse en estados miembros a medio plazo, si bien se detecta en la última década y quizá algo antes una cierta voluntad por parte de la UE de poner freno a la adhesión, al menos por el momento. Esta perspectiva más general de los WB6 será la que trataré en este blog.
A su vez, también resulta significativo en el país balcánico otro proceso que discurre paralelo al de la adhesión, cuando no parte del mismo: el de la rehabilitación de sus relaciones internacionales, maltrechas por años de aislamiento debido a los conflictos bélicos y desestabilización regional provocados durante el régimen de Slobodan Milošević. Belgrado no fue el único culpable pero su participación fue más que destacada en un ciclo de diez años de inestabilidad y atropellos a los derechos humanos. Ahora, ambos procesos se entrelazan: Serbia intenta normalizar sus relaciones internacionales y a la UE le interesa un estado clave en los WB6. En la actualidad (realmente desde 2014) Belgrado se aleja de la UE en tanto que apoya tacitamente a Rusia en su «aventura ucraniana», contradiciendo un elemento clave que exige la UE como es seguir las directrices comunitarias en la política exterior.
Por último, conviene resaltar un rasgo decisivo de Serbia: su singularidad como encrucijada de caminos, como puente entre dos Europas o dos formas de concebirla. Su condición de país eslavo no es nueva para la UE, pues diversos estados centroeuropeos son parte desde hace bastante tiempo, del mismo modo que
Eslovenia y Croacia. Sin embargo, Serbia difiere notablemente de los dos últimos:estos dos países presentan una tradición y -con matices- mentalidad más austrohúngara o germánica por su vinculación secular a los Habsburgo, pasando por Budapest, sin olvidar la influencia italiana en el Medievo: occidentales y católicas. Serbia, por el contrario, atesora una andadura previa como estado independiente mucho mayor, además de un imperio o estado medieval ideal, una dominación turca que no tuvieron Eslovenia y Croacia y un credo cristiano ortodoxo; incluso el empleo del alfabeto cirílico. A las diferencias mencionadas se une el desarrollo económico, menor que el de las dos repúblicas exyugoslavas citadas. Por todo lo dicho, la UE tiene ante sí un reto trascendental a la hora de integrar a Serbia. De acuerdo con lo dicho, Eslovenia y Croacia hablan un lenguaje parecido al de los negociadores comunitarios: por cultura, por historia, así como por la misma cercanía geográfica era su posición natural, formaron siempre parte de la Europa occidental.
Serbia, por su parte, está más volcada a lo oriental, y lo más genuina y profundamente balcánico, más proclive a colaborar con Rusia en tanto que el nacionalismo más o menos revisionista -finalizados los interludios europeístas de Zoran Đinđić (junio de 2001- marzo de 2003) o de Boris Tadić (2004-2012)- está instalado en el poder y todo parece indicar que lo seguirá estando en los próximos años. Belgrado mantiene con la UE una relación ambigua. Por una parte, el objetivo principal de la política exterior serbia es la adhesión a la UE, algo de lo que ningún líder serbio duda. La diplomacia comunitaria no podrá pasar por alto esta idiosincrasia y manera de concebir Europa de Belgrado: una idea que es también Europa y de la que la UE deberá tomar nota.
Habrá, no obstante, puntos de entendimiento: a diferencia de Bulgaria, estado miembro y eslavo ortodoxo, Belgrado no perteneció al área de influencia soviética, de la que siempre quiso desmarcarse, de hecho, la Yugoslavia de Tito mantuvo relaciones fluidas tanto con la entonces CEE como con EE.UU. pese a ser, en teoría, “adversarios ideológicos”. Ello es lo que convierte a Serbia en única: su vocación de ser distinta e independiente, su voluntad inconfundible de ser a la vez occidental y oriental.
Esta entrada, actualizada adaptada y ampliada, es parte de mi artículo:
«La adhesión de Serbia a la UE como punta de lanza de la integración de los Balcanes occidentales: situación actual». Revista de estudios europeos, 2019, núm. 74, pp, 138-184.
https://dialnet.unirioja.es/ejemplar/534011