Créditos Foto:UN Photo/Paulo Filgueira
Marti Ahtisaari, expresidente de Finlandia en los años noventa del pasado siglo, premio Nobel de la Paz, y artífice de uno de los planes de un estatuto definitivo para Kosovo, murió hace una semana a los 86 años. El personaje es parte de la historia de la mediación y la resolución de conflictos en el último cuarto del siglo XX y principios del XXI. Es también fundamental para comprender la actual situación en Kosovo. Repasaremos su vida y las excepcionales condiciones que lo vieron nacer, determinantes para su dedicación posterior.
Hace dos años (2021) se retiró de la vida política. Padecía la enfermedad del Alzheimer, lo que lo suma a una larga lista de políticos y diplomáticos con dicha dolencia. Ya hay estudios que demuestran la relación entre estrés y alzheimer. No tiene que ser fácil gestionar situaciones de tal calibre: Ronald Reagan (presidente estadounidense), Adolfo Suárez (político y presidente español a quien tocó pilotar parte de la transición del franquismo a la democracia), Anthony Eden (diplomático durante los turbulentos años 1920, 1930 y 1940 y primer ministro del Reino Unido durante la crisis de Suez en los 1950), Cyrus Vance, secretario de Estado durante la Presidencia de Jimmy Carter (1977-1980) y también autor y coautor de dos de los planes para poner fin a la guerra en la antigua Yugoslavia: los planes Vance (1991) y Vance-Owen (1993, junto con el diplomático británico David Owen), respectivamente. Por cierto: Ahtisaari trabajó con él en dichos planes. Parece que el estrés pasa factura. O simplemente les tocó.
El peso de la historia
Volviendo a Ahtisaari, su misma vida está envuelta desde su nacimiento en un trasfondo de conflictos internacionales. Quizá por dicha causa, su vocación fue resolverlos. De madre noruega, nació en 1937 en Finlandia, que era por entonces un joven país que se había independizado de Suecia hacía sólo veinte años. El futuro diplomático nació en la ciudad finlandesa de Viipuri. Sin embargo, por lo que luego veremos, su familia se trasladó a Kuopio, en la entonces provincia de Finlandia Oriental (desde 2009, región de Savonia del Norte). Ello les salvó posiblemente la vida. Viipuri urbe era la más importante de la entonces Karelia Occidental finlandesa, fronteriza con la URSS y demasiado cerca de Leningrado, la segunda ciudad soviética; y compartir frontera con la URSS siempre es peligroso.
El momento de su llegada al mundo no era, verdaderamente, el mejor: se transitaba en Europa por un contexto de extraordinaria efervescencia y tensión política previos a la Segunda Guerra Mundial; y Finlandia fue víctima de dos poderes demasiado fuertes como la Alemania nazi y la URSS de Stalin, una (mala) suerte compartida por países como Polonia. El dirigente soviético, en teoría para asegurar Leningrado (antes de la Revolución Rusa, y hoy, San Petersburgo), decidió invadir Finlandia, del mismo modo que procedió -o procedería- con Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Pero, antes de continuar, llevaremos a cabo un pequeño inciso para hablar de la paz de Brest-Litovsk y las guerras de Invierno, Continuación y Laponia.
La paz de Brest-Litovsk
Conociendo a Stalin, que había pactado repartirse Polonia con la Alemania nazi, lo de “asegurar” que veíamos arriba (Leningrado o lo que sea) suena más en clave de resarcirse de la paz de Brest-Litovsk, un onerosísimo tratado de paz firmado en marzo de 1918 por una recién nacida y agitada Rusia Soviética (no puede hablarse de Unión Soviética hasta 1922) con las «potencias centrales» (Imperio Alemán, Imperio Austrohúngaro, Imperio Otomano y Bulgaria). El tratado sellaba la conclusión de la I Guerra Mundial en el frente oriental y permitía a los rusos centrarse en sus muchos contenciosos internos tales como la guerra civil, con diversos frentes, uno de ellos el de los cosacos del Don, que refleja de manera magistralmente Mijaíl Shólojov en “El apacible Don”.
En realidad, la política rusa de la fase final de entreguerras es un trasunto-precuela – se diría ahora- del mundo ruso de Putin en el siglo XXI, sólo que mucho más expeditivo y sin tanta palabrería para justificar lo injustificable. Volviendo a Brest-Litovsk, supuso para los rusos poder consolidar la revolución y salir de una guerra que resultó un desastre y a la que los bolcheviques siempre se opusieron. Además, los alemanes estaban cercando Leningrado, uno de los asedios más largos de la Historia. La paz fue un verdadero agravio, pero los bolcheviques no tuvieron otra opción si querían continuar la revolución de octubre de 1917 sin el engorro de la guerra contra los “centrales”. Ello, como se ha dicho, supuso un alto precio: Moscú (de nuevo capital tras más de trescientos años) tuvo que reconocer la independencia de Ucrania, y Finlandia, y ceder Polonia y los estados bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) a Alemania y Austria-Hungría. También hubo de entregar algunas localidades al (aún) Imperio Otomano. La superficie total de los territorios perdidos es similar a la de Argentina, o a la de cuatro veces España, con una población similar a la que tiene este último país hoy en día. Además de ello, lo perdido conllevó una gran merma de recursos naturales como carbón, petróleo y hierro…
…Correcto: es lo que están pensando: justo lo que se necesita para…una guerra.
El vejatorio tratado llevaba del mismo modo aparejado indemnizaciones de guerra. Así que todo ruso quedó con la espinita clavada. Volvemos a la actualidad: el Dombás, que incluye las regiones de Donetsk y Lugansk, que Rusia controla de una u otra forma desde 2014, son llamadas el “cinturón de óxido”: una importantísima cuenca minera ¡menuda casualidad!
Seguimos con Brest-Litovsk; dicha paz era algo que no le gustaba ni a Lenin. El líder revolucionario tuvo que apostar fuerte y tragarse su orgullo sin ninguna garantía, pues permitir la amputación territorial a cambio de consolidar la revolución podía no salir bien: corría el riesgo de quedarse entre dos sillas y en el suelo. Con todo, era lo único disponible, porque la revolución no aguantaría mucho más en aquellas condiciones.
La guerras de Invierno, Continuación y Laponia (1939-1945)
Lenin falleció en 1924, pero habría ocasión para la revancha. La segunda ciudad de Rusia, Leningrado quedaba demasiado cerca de Finlandia, por lo que los ya soviéticos necesitaban los territorios finlandeses orientales para protegerla ante una eventual invasión alemana: estarían más cerca, eso que ganaban. Viipuri, la ciudad natal de Ahtisaari estaba precisamente en esa zona: se encontraba sólo a cuarenta kilómetros de Leningrado. Qué mala fortuna. Los soviéticos “pidieron” a Finlandia que cediera dichos territorios. Los finlandeses, ya escaldados por la experiencia de la Alemania nazi -que ganaba y ganaba “espacios” y siempre quería más- se negaron. Así que la URSS decidió aplastar al pequeño, pobre y poco poblado país nórdico.
La Guerra de Invierno (1939-1940)
Durante dicho conflicto, Ahtisaari comenzó así sus vivencias como refugiado. Empero, Finlandia -como Ucrania desde 2014- no había estado quieta y se había preparado para algo esperado. La supuesta superioridad soviética era abrumadora en todos los sentidos, pero los finlandeses conocían su territorio, estaban bien equipados para el frío y tenían la moral del que defiende su casa. La URSS fue derrotada, pero la ventaja jugaba a su favor, pues podía mantener el esfuerzo bélico por más tiempo y reponer pérdidas de forma más liviana que su oponente. Por tanto, Finlandia pidió un armisticio y Moscú accedió. Rusia estaba perdiendo la guerra de manera incontestable, sí; sin embargo, visto el fiasco de la invasión de Finlandia en sus territorios orientales, no querrían ni pensar en lo que se les podía venir encima si extendían la guerra a todo el territorio finlandés y, para terminar de complicar las cosas, les caía encima una muy previsible invasión alemana, todo junto. No obstante, la paz no fue gratis para Helsinki: tuvo que realizar la cesión a la URSS de gran parte de la Carelia occidental a cambio de seguir sobreviviendo como país independiente. Los paralelismos con la Ucrania de 2022 son bastante ilustrativos, salvo en dos cuestiones; primera: que los aliados no querían ni podían implicarse y seguían pensando que la guerra era evitable. Sí, alguien tenía que ser la víctima, claro: los países que cayeran en el camino a manos de la Alemania nazi o la URSS se consideraban daños colaterales, qué se le iba a hacer. Francia e Inglaterra pensaban que -tarde o temprano, si bien lo segundo empezaba a descartarse- Alemania se contentaría con lo que Francia y el Reino Unido le estaban dejando hacer. En segundo lugar, Ucrania no ha cedido territorios (todavía). Pero, ojo, que salvo protestar con la boca chica, nadie dijo nada cuando Rusia se anexionó ilegalmente Crimea y comenzó la guerra en el este ucraniano.
En cualquier caso, Finlandia pudo preservar su independencia, llevado a cabo complicadísimos equilibrios entre Alemania y la URSS, cosa que no lograron los estados bálticos o Polonia, que también perdió territorios al final de la II Guerra Mundial y fue engullida por la Unión Soviética, primero la mitad de su territorio, en virtud del infame reparto nazi-soviético y luego como estado satélite hasta 1989.
Limpieza étnica
La mayoría de los finlandeses que habitaban las zonas cedidas a la URSS acabó yéndose; e hicieron bien, porque la Unión Soviética borró prácticamente toda huella de la cultura finlandesa y de otros pueblos que allí vivían, con el paso previo de la paranoia de Stalin por las minorías étnicas, donde siempre veía traidores.
La Guerra de Continuación (1941-1944)
Por todo lo dicho, Finlandia vio en los nazis un aliado natural contra la URSS y la posibilidad de recuperar los territorios cedidos en la Guerra de Invierno: lo que se ha dado en llamarse por los finlandeses la Guerra de Continuación: aquí nada de Segunda Guerra Mundial, debieron pensar los finlandeses: yo he tenido que luchar contra soviéticos y -como veremos en breve- alemanes y me han dejado solo, yo no tengo aliados, sólo enemigos.
Finlandia pudo recuperar las áreas perdidas en el conflicto anterior. Sin embargo, en tanto que la ofensiva de Alemania y Finlandia para tomar el importante puerto de Múrmansk fracasó y que los finlandeses no tenían ningún interés en seguir adentrándose en la URSS ni en guerrear contra los temidos soviéticos, el frente se estabilizó. En 1944, ya siendo los soviéticos más fuertes tras el fiasco alemán de Stalingrado, acometieron una ofensiva, que tenía el nombre, casualidad macabra, de la ciudad natal de Ahtisaari: Výborg-Petrozavodsk (Vyborg es el nombre que los soviéticos dieron a la arrebatada Viipuri). Como resultado de la operación, la Unión Soviética volvió a apropiarse de los territorios tomados por los finlandeses en la Guerra de Continuación, si bien los nórdicos consiguieron frenar el ataque ruso y se firmó un armisticio soviético-finlandés que albergaba una condición para los finlandeses: volverse ahora contra sus antiguos aliados los alemanes.
La Guerra de Laponia (1944-1945)
Da comienzo, así, la Guerra de Laponia, que fue un conflicto de escasa entidad, porque la Wehrmacht ya tenía planeado retirarse a “su” Noruega ocupada, empresa que consiguieron con éxito; eso sí: destrozando o dañando gravemente las infraestructuras finlandesas de la zona, Laponia, que da nombre al conflicto. Hasta los años 1950 hubo trabajos de reconstrucción y hasta los 1970 anduvieron desactivando minas alemanas.
En fin; al menos, se terminó la guerra…
Pues no tan rápido. Con Moscú había firmado un armisticio del mismo nombre que dicha ciudad, pero ello no quería decir que la guerra soviético-finlandesa hubiera concluido: Finlandia seguía oficialmente en guerra con la URSS hasta la paz definitiva de 1947, dos años después de finalizada la II Guerra Mundial. Finlandia hubo de ceder más territorios y pagar a la URSS indemnizaciones de guerra ante la indiferencia de las potencias occidentales.
La consecuencia fue la llamada finlandización, una política de “neutralidad” con respecto a la URSS, y posteriormente, cuando la misma se desintegró, a Rusia. En realidad, tal neutralidad era una ilusión: era una simple y llana autocensura a todo lo que tuviera que ver con una crítica a la temida Rusia. Ello podía implicar que un profesor de universidad, instituto o colegio corría el riego de ser despedido de manera fulminante si osaba enseñar la historia de una forma que hablara mal de Rusia. Todo finlandés medía muy bien sus palabras si estaba la URSS o Rusia de por medio. Así fue hasta 2022 cuando, viendo lo que le había sucedido a Ucrania, el país solicitó su ingreso en la OTAN, algo hasta aquel momento considerado tabú.
Los inicios de la proyección internacional de Martti Ahtisaari

Lo arriba descrito forma parte de manera inevitable del equipaje del diplomático finlandés quien, sólo por ser de donde es, conoce perfectamente toda la problemática que suponen unos territorios en disputa y la gente a ellos aneja. Ahtisaari fue valorado en el mundo entero como artífice de la mediación para la paz en áreas conflictivas. El detonante de su posterior andadura sería la participación, siendo muy joven, en un proyecto educativo de su país en Pakistán, lo que acabó por decidirlo a dedicarse al ámbito internacional. Su camino diplomático comenzó en 1965 en el ministerio de asuntos exteriores de Finlandia; y ya no paró. Su carrera es tan extensa, que nos centraremos en sus cometidos más importantes o más relacionados con los Balcanes (que, a su vez, serán objeto de tratamiento separado). En 1973 fue designado embajador finlandés en Zambia, Somalia, Mozambique y Tanzania (en este último país era embajador residente). África lo vio nacer como mediador, como se comentará más adelante. En 1977 empezó a trabajar como funcionario de Naciones Unidas, desempeñando hasta 1981 el cargo de comisionado para la ONU para la descolonización de Namibia (administrada por Sudáfrica), asunto al que estaría vinculado muchos años, hasta la independencia del país africano en 1990.
Yugoslavia
En 1991 dejó de ser funcionario de Naciones Unidas para ocupar el puesto de ministro de asuntos exteriores de su país. No tardó mucho en ser llamado para el conflicto que por entonces asolaba Yugoslavia (1991-1995).
Allí ejerció como presidente del Grupo de Trabajo de Bosnia y Herzegovina de la Conferencia Internacional sobre la ex Yugoslavia (ICFY, en sus siglas en inglés) de 1992 a1993. Ese último año siguió implicado en el conflicto en calidad de Asesor Especial de la ICFY y Representante Especial de la ONU para la antigua Yugoslavia. La ICFY tenía como objetivo abordar, tras el precedente de Eslovenia, los conflictos y tensiones que empezaban a gestarse en lo que quedaba de Yugoslavia, que llevarían a las guerras en Croacia y Bosnia-Herzegovina (sobre todo), y sentarían las bases de la de Kosovo. Siguió ejerciendo hasta las negociaciones de paz que desembocaron en los Acuerdos de Dayton (1995), trabajando con el diplomático estadounidense Richard Holbrooke.
En 1994 resultó elegido presidente de su país. Fue algo inesperado, pues Ahtisaari era un experto en la diplomacia, pero todo un desconocido en su país y que, aun así, consiguió superar a políticos con más predicamento que él. En el cargo fue firme partidario de la adhesión de su país a la Unión Europa y la OTAN, algo nada baladí en Finlandia por la ya mencionada finlandización que lo permeaba todo. Asimismo, fue máximo defensor de que los tres estados bálticos se formaran parte de la UE sin que ello menoscabara su apuesta por las conversaciones con Rusia: tenía vocación -y desviación profesional- con el servicio diplomático.
Los Balcanes volvieron a ser su escenario de trabajo nuevamente en 1999, esta vez como mediador de la Unión Europa en Yugoslavia en el conflicto de Kosovo. Así, fue enviado por la UE junto al emisario ruso Viktor Chernomyrdin para detener la campaña de bombardeos de la OTAN y supervisar la retirada de fuerzas serbias de su provincia de Kosovo y el establecimiento de la Kosovo Force o KFOR a tenor de la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU 1244 (S/RES/1244 (1999)), que traerá mucho que hablar y que, si se hubiera respetado, estaríamos posiblemente ante otro escenario hoy.
El diplomático dejó los Balcanes para centrarse en otros asuntos, pero no por demasiado tiempo. Tras finalizar la presidencia de su país en 2000, siguió ejerciendo como mediador en otros lugares del globo y en variados asuntos como la verificación de desarme del IRA en Irlanda del Norte (2000), o su misión para el Tribunal Europeo de Derechos Humanos para observar la situación de minorías étnicas y de los refugiados en Austria (también en 2000) tras llegar al poder el ultraderechista Jörg Haider, verdadero adalid contra la inmigración, quien se había hecho acreedor de sanciones de la UE por la actuación de su gobierno.
Ahtisaari en Palestina: Gaza hoy, Cisjordania ayer también
Volvió a ser llamado en 2002 por el secretario general de la ONU Kofi Annan, para supervisar la situación humanitaria en el campo de refugiados palestino de Cisjordania en Yenin, campo de refugiados en Cisjordania. Como ahora, el ejército israelí convirtió en gueto a este campo de refugiados. Lo que pomposamente se quiso llamar “la batalla de Yenín” fue en realidad una masacre de civiles y bloqueo del acceso de ambulancias y ayuda humanitaria al campo, ya que fue declarado zona militar cerrada. Israel impidió, además toda “injerencia” extranjera, pues, por lo general, no le gusta que los demás metan las narices en sus violaciones de los derechos humanos. Tanto es así que, de hecho, Ahtisaari no llegó a pisar el campo porque Israel se lo impidió, del mismo modo que no los permite para gaza en 2023 para el personal de la ONU. Yenín entonces, Gaza ahora, sólo que los “Yenín” se producen cada día a ritmo frenético, y eso que el ejército israelí no ha entrado aún en Gaza (¿lo llamarán “batalla de Gaza”?), enclave que, en la práctica, se ha convertido en un campo de refugiados de dos millones de personas.
(Triste) epílogo para Yenín
Para que quedara (aún más) claro, quién mandaba y quién tenía el control, un francotirador israelí asesinó en 2002 al oficial británico Iain John Hook, jefe del programa de reconstrucción del campo de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo). La “batalla de Yenín” duró unos 15 días de abril de dicho año. Iain John Hook fue asesinado en noviembre: desde la finalización del conflicto, Israel no había hecho sino torpedear la reconstrucción, y la ejecución extrajudicial del británico fue un aviso claro de “no molestar”.
Misiones en Asia central, Cuerno de África, Irak, Conferencia contra el racismo y Turquía (2003- 2005)
Tras Yenín, el diplomático participó en diversas misiones, a saber: enviado de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) en Asia Central, enviado de la ONU en la crisis humanitaria del Cuerno de África, supervisor dentro de un panel de expertos, de la puesta en práctica de la Declaración y el Programa de Acción acordados en la Conferencia Mundial contra el Racismo, enviado de la Naciones Unidas para verificar las condiciones de seguridad del personal de dicha organización allí desplazado, y presidente de la Comisión Independiente sobre Turquía sobre la (¿im?)posible adhesión de Turquía a la Unión Europea. Por último, estuvo implicado en la mediación en el conflicto de Aceh, (Sumatra, Indonesia), firmándose la paz entre los secesionistas del Movimiento por la Liberación de Aceh (GAM) y el gobierno indonesio.
Ahtisaari vuelve a los Balcanes: Kosovo y el fiasco del “Plan Ahtisaari”
En 2005 sus servicios fueron de nuevo requeridos como enviado especial de Naciones Unidas. Su misión era establecer una solución política para el contencioso de Kosovo. Se trata, quizá, de una de sus actuaciones más controvertidas. La provincia llevaba seis años administrada por Naciones Unidas y había, como hoy, numerosos flecos sin resolver. Dichos flecos han adquirido hoy en día categoría de contenciosos independientes.
Ahtisaari buscó una solución política para el conflicto, aunque no apostó por el diálogo hasta el final, decantándose de manera precipitada por la independencia de Kosovo, lo que le acreditó como parte defensora de la posición albanokosovar. Aunque inicialmente no fuera así – o no de manera explícita- su plan resultó en una independencia no aprobada por la ONU, humillando a Serbia y generando desconfianza entre las partes (algo opuesto totalmente a los principios de los que se decía tributario). Su intento de lograr una solución duradera fracasó, dejando las relaciones Belgrado-Pristina en un callejón sin salida. Y porque ambos tienen que contenerse porque son candidatos a la Unión Europea. De no ser así, tendríamos una guerra más abierta.
Tras 2008, el expresidente finlandés siguió desempeñando labores de mediación en diversas partes del globo.
En 2011 viajó a Corea como integrante de The Elders (ver más adelante) para fomentar el diálogo entre Corea del Norte y Corea del Sur y en 2012 acudió a Sudán del Sur junto a Robinson y Desmond Tutu. Su cometido era fomentar la consolidación de la paz, la estabilidad y el desarrollo del recién independizado país. Dicho año fue recabado el dictamen de Ahtisaari sobre la violencia en Siria y se barajó como un posible sucesor del emisario de la ONU para Siria, el exsecretario general Kofi Annan, proposición que el finlandés rechazó. En el marco de la misión en Siria, mantuvo conversaciones con enviados de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Colaboró, por añadidura, en otros foros cuyos objetivos pasan por la promoción de la paz. Así, fundó en 2000 la Iniciativa para la Mediación de Crisis (CMI, por sus siglas en inglés), ONG que se marcaba el propósito de solventar conflictos a través de la mediación y el diálogo. Asimismo, fue presidente del Consejo de Gobierno de Interpeace de 2000 a 2009. La ONG suiza se plantea como uno de sus fines el restablecimiento de la paz por medios pacíficos promoviendo la confianza entre las partes y destacando como activo la implicación local. Desde 2009, fue director de Imagine Nations, una empresa social que pone en contacto a personas y organizaciones para resolver desafíos globales complejos. Dicho año formó parte, del mismo modo de la mencionada iniciativa The Elders (“Los Mayores”), un conjunto de destacados líderes globales independientes que abordan asuntos relacionados con la paz y los derechos humanos. Ahtisaari también colaboró con la Fundación Mo Ibrahim (cuyas metas son la gobernabilidad y el liderazgo en África como aspectos clave para la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos), así como con el European Council on Foreign Relations (ECFR, por sus siglas en inglés, Consejo Europeo de Relaciones Exteriores). El ECFR es un influyente conjunto de expertos internacional cuyo foco es la política exterior y de seguridad europeas y el fomento del debate sobre el papel de Europa en el mundo. En dicho foro, participó en discusiones y asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con la política exterior europea.
A lo largo de su vida, recibió numerosos premios y distinciones además del Nobel: ciudadano honorario de Namibia (1992, por su contribución a la independencia del país), los premios Hesse de la Paz, Four Freedoms (de expresión, de culto, de vivir sin pasar necesidad y de vivir sin miedo) de la Fundación Franklin D. Roosevelt y J. William Fulbright para la Comprensión Internacional (2000), Oficial honorario de la Orden de Australia(2002), Supremo Compañero de la Orden de los Compañeros de O. T. Tambo (Sudáfrica, por su lucha contra el apartheid) (2004). El Reconocimiento del Departamento de Estado de Estados Unidos (2005), la Medalla de Oro de la Asociación Americano-Escandinava (2006), la Medalla de Oro del Ministerio de Defensa de Alemania y el Premio Félix Houphouët-Boigny de la UNESCO (2007) o el Premio de la Fundación Chirac para la Prevención de Conflictos (2009).
No es oro todo lo que reluce
Su larga labor en el campo de la resolución de conflictos, aunque ingente y productiva, no estuvo exenta de fallos o actuaciones polémicas. Así, en 2003 Ahtisaari se mostró partidario de la invasión y ocupación anglo-estadounidense de Irak, si bien no a causa de las inexistentes armas de destrucción masiva supuestamente en poder de Saddam Hussein, sino por la violación de los derechos humanos del entonces líder iraquí. Sin duda, una postura un poco fuera de tono para alguien que dedicó su vida a la paz y a la resolución de conflictos por la vía pacífica. Además, cabe citar la ya mencionada postura en el asunto de Kosovo, donde pasará a la historia más como campeón de la independencia de Kosovo que como mediador entre Belgrado y Pristina, por mucho que después intentara promover un diálogo que él mismo declaró difunto.