Las dos coreas con el hockey de fondo
Foto: kirill_makes_pics  y SPannach ,en Pixabay

 

Besos no consentidos, diplomacia del deporte y poder blando (II)

En la anterior entrada, explicábamos los hechos de la discordia: el beso no consentido de Luis Rubiales, presidente de la RFEF, a Jenni Hermoso, jugadora de la selección española femenina de fútbol, en el contexto de la celebración por el título mundial. Se describía, también, como el hecho perjudica en gran medida a la imagen del deporte español dentro y fuera del país; y la clave es precisamente esa: la imagen exterior; o sea: política, política exterior, prestigio, poder blando.

En el presente post, analizamos diversos eventos deportivos organizados por España, que supusieron un despegue de nuestra imagen a nivel global: España´82 y Barcelona´92 (salieron  bien), así como otros acontecimientos deportivos que no salieron precisamente bien y contribuyeron a lastrar la imagen internacional de un país. España, tuvo buenos momentos de mostrar al mundo su marca 1, como el ciclismo en los años 1990 y 2000, las victorias de la selección masculina de fútbol (Mundial de Suráfrica (2010), Eurocopas (2008 y  2012). En Baloncesto masculino, el mejor equipo español de la historia logró  el mundial de 2019 y los Eurobasket masculinos de 2011 y 2022. El femenino, por su parte el mundial de 2013, y el mundial de 2019. Además, en balonmano, España ganó el mundial de 2013.  Para terminar, podemos hablar del tenis o el motociclismo, de un largo etc. Todo este prestigio se arruinó con la triste imagen que España regaló al mundo con los acontecimientos que todos conocemos.

            La diplomacia deportiva

El deporte es un instrumento muy efectivo para mostrar el mundo el poder de un estado. En este sentido, es de gran importancia la noción de nation branding, término que las relaciones internacionales toman prestado de la mercadotecnia. Básicamente, es eso: aplicación de técnicas de marketing a un país para mejorar la reputación de dicho país de cara al exterior.

A muchos nos viene a la memoria el pique que mantuvieron durante la Guerra Fría los deportistas soviéticos y estadounidenses;  ahora es China la potencia que, en el marco de la disputa por la hegemonía mundial con EE.UU. discute casi de tú a tú con el país norteamericano. Estaríamos ante una utilización de la actividad deportiva como arma arrojadiza, de lucimiento, de demostrar quien es mejor.

Empero, emplear el deporte para mejorar las relaciones entre las comunidades políticas es también una posibilidad -mucho más constructiva, además. Y no es nada nuevo en absoluto. Ya que, si en el lenguaje diplomático o político los canales pueden encontrarse cerrados, el deporte facilita la posibilidad de dialogar en un lenguaje que sí es común: el deportivo. Manifestaciones de esta forma de acercamiento las hallamos en la Grecia Antigua, cuando se decretaba la paz – o, al menos, una tregua- en los eventos deportivos que se llevaban a cabo en honor de los dioses. Se podía competir sin que te hicieran prisionero, lo cual era una interesante ventaja… y la posibilidad de relacionarse en un buen ambiente y limar asperezas.

En la Primera Guerra Mundial, en concreto, se celebró una tregua con motivo de la Navidad de 1914 donde, para limar asperezas, alemanes e ingleses jugaron al fútbol, cantaron villancicos y -casi, casi- se hicieron amigos. Al menos, pudieron comprobar mutuamente que los soldados enemigos no tenían ni orejas ni rabo, sino que eran gente normal. Lástima que lo peor vino después y no había tridentes, pero sí bayonetas, ametralladoras y gas mostaza. En cualquier caso, como intento no estuvo mal.

Hay otros ejemplos más recientes, como la diplomacia del ping-pong. El término se ha convertido en un clásico de la diplomacia deportiva, sea o no ping-pong. Vamos con ello

En un artículo en este mismo blog abordamos, en su momento, la reanudación de las relaciones bilaterales entre Washington y Pekín. Ambos países estaban un poco hartos ya de escenificar mal rollo durante tanto tiempo. No era práctico ni llevaba a ninguna parte. Había que intentar algo sin que no cundiera la percepción de que uno de los dos cedía.Por dicha razón, el mismo presidente estadounidense Richard Nixon hubo de viajar en secreto en 1971 a China para intentar recomponer los contactos. Ese mismo año, el deporte volvía ser la excusa perfecta para limar asperezas entre los dos países. Aprovechando que la delegación deportiva estadounidense se encontraba en Japón con motivo del Mundial de tenis de mesa, China cursó una invitación a los deportistas estadounidenses para visitar el país asiático 2 y no era asunto fácil: no cualquiera -y menos, un ciudadano estadounidense- tenía permitido entrar en China. Como los “futbolistas” del 14, el acercamiento contribuyó a desdemonizar la imagen del otro. Las gestiones iniciadas en el terreno deportivo culminaron en la visita del Secretario de Estado de EE UU, Henry Kissinger, a China en 1972, esta vez sin secreto alguno y ante las cámaras de todo el mundo.

La diplomacia del hockey es otro ejemplo, y hace referencia a varios episodios, uno de los más llamativos es la “unificación” de las dos Coreas (si bien sólo en el ámbito del deporte, que no es poco). Así, las delegaciones deportivas de los dos estados desfilaron unidas en los Juegos de Sidney 2000, Atenas 2004 o los Juegos de Invierno de Turín, en 2006. Juntas, sí, pero no revueltas.: cada equipo competía por separado. Sin embargo, en los JJ.OO. de invierno de 2018 tiene lugar la formación de un equipo femenino unificado de hockey sobre hielo compuesto por jugadoras de ambas Coreas. No puede decirse que las relaciones entre los dos estados hayan mejorado demasiado (de hecho, siguen técnicamente en guerra).  Al menos hay contactos entre los distintos coreanos que podrían allanar el camino en un futuro que -hay que decirlo- se antoja más bien lejano.

La  diplomacia del cricket supone otra muestra de empleo del deporte para recoser relaciones diplomáticas maltrechas, en especial por el contencioso fronterizo de Cachemira, que mantiene  enfrentados a India y a Pakistán  desde hace más de setenta años. El cricket ha sido de gran utilidad para reanudar el entendimiento en varias ocasiones (1978, o 2005 y 2011, cuando los líderes de ambos países coincidieron en un partido).

Del mismo modo, la diplomacia del rugby también ha dado sus frutos. En primer lugar, cabe citar a Nelson Mandela quien, tomando nota del éxito de Barcelona’ 92, se propuso un resultado similar: la ocasión vino dada por el mundial de rugby de 1995. El apartheid había dividido a la población y los negros, lógicamente, no querían saber nada de los blancos, quienes les habían oprimido y discriminado durante casi tres décadas, hasta 1990 (incluso más, en la práctica). Uno de los símbolos más odiados era el rugby, deporte de blancos por excelencia, hasta el punto de que los negros odiaban el combinado nacional, los Springboks; todos blancos, por supuesto. Los negros acudían al estadio con la firme idea de apoyar cualquier equipo que no fuera el surafricano, y sus derrotas eran motivo de celebración (Mandela, el primero aunque no podía sumarse a la fiesta, pues estaba encarcelado -injustamente- por el régimen). No obstante, la selección sudafricana acabó proclamándose campeona del mundo y la gesta deportiva galvanizó a la población para celebrar algo en común juntos y regalar al mundo la instantánea de un país que podía conseguir estar unido.

Sudáfrica no es el único ejemplo: desde 2013, en Hispanoamérica, miles de jóvenes colombianos amantes del rugby han podido disfrutar de intercambios en Nueva Zelanda, Australia o Argentina. Allí la tradicional experiencia deportiva de estos países busca formar jóvenes en este deporte como alternativa al alistamiento en grupos armados. De paso, se ahonda en la cooperación en diversos terrenos.

Deporte como potente herramienta de la política exterior. Hay veces que sale bien: España´82 y Barcelona´92

Ya se ha dicho que el deporte supone una herramienta de primer orden para hacer política exterior por parte de un estado, para dar una buena imagen ante el mundo, proyectar nuestros intereses; en otras palabras: vendernos.

Dejamos aparte aquí los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), organizados por la Alemania nazi o, por ejemplo, el boicot occidental a las olimpiadas de Invierno de Moscú (1980): vamos a hablar de España, que es el país aludido en el bochornoso caso que inició estos artículos.

España´82

A principios de los años 1980 el país deseaba desterrar de una vez por todas la imagen de país atrasado por casi cuarenta años de dictadura3, desfasado con respecto a Europa occidental. Para más inri, había sufrido un golpe de estado fallido sólo un año antes que hizo peligrar su aún no consolidada democracia.  El Mundial de fútbol presentaba para España un inmejorable escaparate para enseñar al mundo la decisión e iniciativa de un país inmerso en profundos cambios económicos, políticos y sociales. Era una España orgullosa de haber recuperado la democracia y con ansias de conquistar la modernidad: quería demostrar que poseía la capacidad para organizar un evento mundial -el primero llevado a cabo por la joven democracia española-… y ávida de hacer ver al mundo que era un país moderno (no por nada se construyó la torre de televisión “Torrespaña”)… y seguro (aunque ETA , así como otras organizaciones terroristas como GRAPO o FRAP no lo pusieron fácil, por cierto4). El mundial contó con verdaderos episodios dignos de Mortadelo y Filemón: Spain, definitivamente, era different 5. Con todo, el éxito de organización del evento deportivo catapultó la imagen internacional de España y contribuyó decisivamente a que en 1992 se celebraran en España los JJ.OO. de 1992.

Barcelona´92

Si en 1982 España mostró al mundo su capacidad de organización, «que era posible hacerlo”, diez años después el éxito fue aún mayor. El mundial de 1982 decía al mundo “no somos lo que ustedes creen: confíen en nosotros”; los JJOO de 1992 trasmitían otra cosa muy distinta: “lo hemos logrado, somos un país europeo moderno y una democracia plena. Admírenlo”. Con independencia del gran éxito deportivo -no reeditado hasta la fecha en unos juegos- España mostraba al mundo su diversidad (el catalán era idioma oficial en el evento), su apuesta por la inclusión 6. El mundo alucinó, aunque ya nos conocía. Barcelona` 92 contaba, por añadidura, con una banda sonora inmejorable, interpretada por dos amigos de renombre: el gran (quizá el más grande) vocalista británico Freddie Mercury y la soprano del momento: Montserrat Caballé, quienes cantaron a todo el mundo su tema «Barcelona».

La conquista de la Copa del Mundo de fútbol en Suráfrica (2010)

Ya se ha expuesto la significancia que tuvo para el país austral la celebración del mundial de rugby en 1995. Ahora, como en Barcelona ’92, se trataba de mostrar el camino recorrido, demostrar que era un país en paz. Además se ponía el acento en dejar claro que África, continente escenario de cruentas guerras civiles, muchas de ellas causadas por las consecuencias de la colonización europea. Sudáfrica tuvo la oportunidad de que el mundo conociera otra cara: la complejidad y riqueza cultural de África, e intentar sacudirse del estigma de pobreza, inestabilidad política y conflictos armados. . También es cierto que dicha miseria y pobreza se intentó ocultar a los turistas y visitantes 7, lo que redundó en pérdida de lustre del evento. Con todo. El resultado del mundial como factor de nation branding .[/efn_note] (Marca Suráfica, para entendernos) [/efn_note] supuso una mejor posición del país, al menos como potencia regional, una identidad competitiva que se forjó en 1995.

En cuanto a la imagen de España, proclamarse vencedor del torneo supuso un éxito absoluto en la percepción del país en todo el mundo, poniendo en valor los valores de cooperación y juego limpio frente a muchas selecciones, que se dedicaron, más a intentar destruir dicho juego a cualquier precio.

 

El momento actual: o de cómo arruinar la reputación que un país lleva décadas construyendo

Este apartado será objeto del siguiente capítulo -el último, esperemos- de esta miniserie sobre las consecuencias del beso no consentido a la jugadora española Jennifer Hermoso por parte de Luis Rubiales. Varios factores coadyuvan en que algo que pudo ser una buena oportunidad para seguir apuntalando el éxito y la reputación españolas,acabe jugando en su contra. Se daban todos los elementos, pero todo lo que podía salir mal, salió mal. Se hizo lo más difícil y, como en un partido de baloncesto, se gestionó increíblemente mal un marcador abultado a tu favor: es como ir ganando de 20 puntos  en el último cuarto y acabar perdiendo de 20.

En primer lugar, la conducta de alguien que no demostró estar a la altura de representar a España; en segundo lugar, la forma de gestionar tan deplorable comportamiento, con no sólo la ausencia de excusas auténticas sobre lo ocurrido sino la defensa que el personaje esgrimió en una reunión que, más de que salvar la situación del presidente, contribuyó él mismo a embarrarse aún más, exhibiendo al mundo la peor versión de la llamada “excepción ibérica” y obligando a todo el orbe a plantearse qué clase de sociedad puede permitir que una persona así llegue a dirigir una organización en la que todos los ojos están puestos, porque España es campeona mundial del deporte con más audiencia mundial. Que Rubiales se niegue a dimitir no hace más que prolongar la agonía de la caída de la imagen de la llamada marca España a nivel global. Y, como último elemento, la ausencia de reacciones en contra de personalidades importantes del deporte y de la sociedad español. Contadas y tarde. Claro que, una semana después, empezaron a llegar los rechazos, pero a nadie se le escapa que, quizá, lo hagan más para salvarse a sí mismos que porque realmente sientan que la situación está mal.

Precisamente de cómo una oportunidad para mejorar la reputación de un país merced a la organización de un evento deportivo o su victoria en él puede salir mal, hablaremos en la siguiente entrada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Antonio Rando Casermeiro

Me llamo Antonio y nací en Santander en 1974, aunque soy, sobre todo, de Málaga. Soy licenciado en Derecho e Historia y doctor en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales por la universidad de Málaga y quisiera dedicarme a ello. Soy un apasionado desde pequeño del este de Europa, especialmente de los Balcanes y Yugoslavia. Me encantan las relaciones internacionales y concibo escribir sobre ellas como una especie de cuento. Soy apasionado de escribir también cuentos y otras cosillas. Desde 2013 resido en Colonia (Alemania)

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