Esto es un checo, un polaco y un judío que…
Y no, no es un chiste. Dice una muy urbana -urbanísima- leyenda que, tras el final de la Primera Guerra Mundial (mal llamada así, porque fue una guerra europea sobre todo) hay un funeral. En el ataúd (está ya colocado en su hoyo) está enterrado…¡el Imperio Austrohúngaro! o Austria-Hungría, da igual. La cuestión es que hay reunida una serie de gente que va a despedir al difunto imperio, cada uno con un puñado de tierra para echar sobre el féretro.
Se acerca, en primer lugar, el húngaro. Este arroja un puñado de tierra a la caja y, entre contento y un poco apático, declara solemnemente:
– ¡por Hungría! – aunque no del todo convencido. Deja paso al polaco
– ¡Por Polonia! -grita el polaco con el puño apretado en señal de victoria, y se echa a un lado, para que el checo pueda hacer lo propio
– ¡por los checos! -dedica , visiblemente contento como el polaco. Casi no se da cuenta de que detrás de él está el judío, con los hombros caídos y como si la cosa no fuera con él. El checo tiene que recordarle que es su turno
– ah, sí, dice casi con un murmullo, indiferente casi:
– ¡por el Imperio Austrohúngaro!
Esta pequeña fábula hace referencia a lo siguiente: el viejo Imperio Austrohúngaro era un imperio multinacional. En él convivían decenas de pueblos y lenguas, hasta el punto de que una sesión en el Parlamento de Viena era lo más parecido al camarote de los hermanos Marx, cada uno hablando en su idioma; ni la Comisión Europea actual. Los pueblos que lo componían fueron despertando su conciencia desde la época de los nacionalismos, en la primera mitad del siglo XIX.
No obstante, no se trataba sólo de ellos; era lo que se llevaba: ingleses, franceses, belgas y holandeses construían y ampliaban sus imperios. Alemania se apuntó tras la reunificación alemana, a partir de 1870. Italia, lo mismo; incluso viejas glorias como Portugal y España. Cada uno quería su proyecto nacional a costa de otros pueblos. Sin preguntar, claro: no sea que no estuvieran de acuerdo.
Así se llegó al famoso reparto de África en la Conferencia de Berlín de 1885. Allí cada país importante se garantizaba su imperio, mientras EEUU hacía lo propio en «su» continente. Todos contentos -por lo menos hasta que provocaron la guerra mundial-, pero había otros pueblos que no podían siquiera soñar con un imperio porque, primero, tenían que independizarse de los imperios a los que pertenecían.
Volvemos al funeral. Tras la guerra, muchos pueblos recobraron su independencia. el primer invitado es el húngaro. Sí, son independientes de Austria. Siempre estuvieron bajo su sombra, pero también es cierto que, sin llegar a ser independientes, tenían su propio imperio dentro del austrohúngaro, «suyos» eran territorios que hoy son parte de Eslovaquia, Croacia, Serbia, Rumanía, Polonia. No eran independientes, pero tampoco estaba del todo mal. Ahora, por-fin-independientes lo que venía, no iba a ser mejor.
El polaco, en segundo lugar, tenía motivos para estar contento: desde finales del siglo XVIII, tras siglos de esplendor ha ido siendo repartida entre diversas potencias (Austria, Prusia, Rusia). Por fin volvían a ser libres. Es verdad que habían sido más gloriosos, pero hacía siglo y medio que no tenían su propio país. El checo, también tenía motivos de alegría. Sin alcanzar la gloria pasada polaca sí que tuvo cierta entidad dentro del Sacro Imperio y sus reyes gobernaron importantes territorios, pasaron en el último tercio del siglo XV por reyes polacos o germánicos hasta que a mediados del XVIII pasó a Prusia. Así hasta que, tras las guerras napoleónicas se incorporó a Austria-Hungría (1806). Hasta 1918. Eran independientes de verdad, por fin.
El judío, en fin: si vivías en imperio multinacional junto a otras nacionalidades eras uno más. Es cierto que siempre se habían dado pogromos antisemitas desde la edad antigua y que se recrudecieron a partir de finales del siglo XIX (sí, no son cosas sólo de nazis, si bien los mismos le dieron el acabado más definitivo y cruel). Los aludidos polacos tampoco se quedaron cortos en estos menesteres…aunque cualquiera lo dice ahora: te pueden meter en la cárcel; y es que queda mucho más cool ir diciendo que siempre hemos sido víctimas de otros pueblos. Es verdad, pero, por favor, vayamos a manchar el relato por un antisemitismo de nada. Con todo, la desaparición de los imperios multinacionales y el afán de un estado nacional complicaron el asunto de verdad a los judíos: todo el mundo quería un estado para ellos solitos. En el imperio austrohúngaro eras una minoría más: podías ser judío, polaco, checo, ucraniano, croata o cualquiera de las múltiples nacionalidades que comprendían este imperio verdaderamente multinacional. De acuerdo, todos ellos la pagaban a veces con los judíos, pero eran una minoría más. Pero si se disuelve tal imperio y te toca quedar en un estado, por ejemplo «de los polacos» o de quien quiera que sea, estás fastidiado pero bien, porque eres la minoría que «obstaculiza» que solo haya checos, polacos o húngaros; dicho en otras palabras: estorbas. Lo dicho no se aplica en exclusividad a los judíos, pues puede extenderse a numerosos grupos étnicos. Pero los judíos tenían un problema adicional: están por todos lados y no tenían un estado al que «irse» (léase: huir). Así, cuando los nazis decidieron exterminarlos ( la tristemente célebre «Solución final», cuyo nombre completo era «de la cuestión judía»). no había ningún ejército nacional que les ayudara. Es cierto que tampoco les sirvió de mucho a polacos y a griegos, pero al menos tuvieron una oportunidad.
Conclusión: nadie tenía motivos para estar alegre; y esto dura hasta hoy en día. Somos más civilizados, pero quedan «cosillas». En la era de la información desaforada, cualquiera puede escribir un panfleto y echarlo todo a arder.
Es de esto de lo que pretenderá tratar esta sección: de persistencias nacionalismos irredentos e irredentistas que quieren reconstruir su «grandeza pasada». También el Estados Unidos de Trump con su «MAGA», hacer a Estados Unidos grande otra vez, si bien nadie sabe a ciencia cierta en qué consistía ser grande antes y que no es ser grande ahora. Como siempre, se trata de una invocación a «cualquier tiempo pasado mejor», que es mejor, más cómodo y menos frustrante que encarar el presente como es.
Este es el post introductorio de una serie de entradas cuya categoría la he dado en titular «sueños imperiales».
Buenas noches… y buenos días.