El imperio otomano: entre narrativas oficiales y la realidad
Herencia musulmana (y otomana) como herramienta de las relaciones internacionales
Las narrativas históricas -por así llamarlo- oficiales de muchos países de la zona no suelen incidir mucho sobre el período otomano. Prima más el relato de la opresión y «liberación del yugo otomano», salvo en los países con mayor predominancia de la religión musulmana y mayor «tradición» otomana. Ello pudo ser incluso aprovechado como ventaja política en las relaciones internacionales. El líder yugoslavo Tito, por ejemplo, sí que explotó la presencia de musulmanes en Yugoslavia para ganar posiciones de interlocución con el mundo árabe y musulmán, exhibir poder blando en un momento en que el Movimiento de Países no Alineados (NOAL) era muy importante. Tito pudo erigirse en líder de la organización (junto con otros como Sukarno o Nkrumah) destacando sus componentes socialista pero independiente, de buenas relaciones con el mundo «capitalista», musulmán, eslavo, católico, ortodoxo, entre otros. Ello le permitió una posición excelente para abogar por la independencia y la neutralidad política de los países no alineados en la Guerra Fría, buscando mantenerse al margen de los bloques liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética. Su liderazgo influyente y su postura neutral permitieron al NOAL desempeñar un papel relevante en los asuntos internacionales y en la promoción de la cooperación y solidaridad entre los países no alineados.
El relato de la opresión y el yugo turco
Las narrativas históricas -por así llamarlo- oficiales de muchos países de la zona no suelen incidir mucho sobre el período otomano. Prima más el relato de la opresión y «liberación del yugo otomano», como se dijo.
Como experiencia personal, me llamó la atención sobremanera visitar el Museo Nacional de Historia de Sofía y ver una gran cantidad de espacio dedicado a los tracios, (pueblo de la Bulgaria preeslava), los búlgaros propiamente dichos en la Edad Media, en especial épocas «gloriosas» (Tsar Iván Asen II, Tsar Kaloyan, entre otros). Después, venía una estancia mínima dedicada a la fase otomana de 400 años, para luego seguir con las grandes gestas de la independencia y la lucha contra los otomanos y el siglo XX. Esta aludida minimización del período otomano es una constante desde el romanticismo del siglo XIX y los nacionalismos. Y no sólo en los Balcanes.
Es evidente que hubo opresión y crueldad, pero no es menos cierto que la Europa de entonces no era distinta. Cuando los pueblos de los Balcanes empezaron a disputarse los restos del imperio otomano en la región, se cometieron atrocidades de unos contra otros, en lucha contra el Imperio otomano pero con más saña entre ellos mismos.
El período otomano no, en realidad fue tan oscuro como muchas veces se quiere pintar. Si los pueblos balcánicos conservaron su idiosincrasia, lengua y religión, fue porque la Sublime Puerta les dejó hacer. La Iglesia -con independencia de la confesión- actuó en muchas ocasiones como aglutinante de dichos pueblos. A falta de inaugurar en este blog una merecida sección sobre Grecia, hay que conocer la importancia de la Iglesia; primero, como centro de conservación de la cultura y de organización del pueblo. Segundo, como aglutinante: el sentimiento «religioso» en muchos pueblos balcánicos es algo que muchas veces tiene más que ver con la comunidad que con lo estrictamente religioso. Con todo, muchos se convirtieron al Islam cuando vieron que los otomanos no eran una invasión más, sino que era evidente que se iban a quedar, y era más conveniente. En cualquier caso, el imperio no molestó a las confesiones y, por ejemplo, hubo judíos sefarditas en Tesalónica y otros territorios otomanos, protegidos por el imperio hasta que los nazis consiguieron borrarlos casi del mapa, durante la II Guerra Mundial.
Pero lo religioso es también parte de la cultura de resistencia contra un Occidente que siempre quiso imponer la confesión católica sobre la ortodoxa: desde la conquista de Bizancio (con la excusa de la IV Cruzada) en 1204, los balcánicos ortodoxos -en especial los griegos- desconfiaron siempre de un Occidente que se repartió el imperio como si fuera un pastel colonial de 1870 y trató de imponer el catolicismo (en sucesivos intentos mediante el eufemismo de «la Unión de las Iglesias»), algo que los otomanos no hicieron, como se verá.
Serbia y los Balcanes durante el período otomano
Los otomanos no establecieron un régimen demasiado opresivo, al menos no más que en los últimos tiempos en Bizancio o lo que quedaba se Serbia, donde los gravámenes a que se sometía al campesinado eran imposibles de soportar.
Con la dominación otomana, todas las tierras conquistadas eran de titularidad del Sultán y éste abonaba un rendimiento a los caballeros o Sipahi, en pago por sus servicios bélicos, aunque nunca detentaron la propiedad de la tierra. Valga como ejemplo que los campesinos súbditos de Stefan Dušan, antes de la conquista otomana, podían tener la obligación de trabajar hasta dos días por semana para el señor, lo que contrastaba con el sistema otomano, donde eran sólo tres días al año, por no hablar de corveas, requisas, levas y servidumbres. Dichas cargas quedaban suprimidas y además se respetaban las creencias y propiedades de los habitantes de los territorios conquistados. Los campesinos griegos fueron volviendo a sus tierras y pudieron comprobar que las condiciones con la administración otomana eran mejores que con los antiguos señores.
Mehmet II, el conquistador de Constantinopla, era además un inteligente estadista que supo explotar el resentimiento de los griegos ortodoxos hacia los cristiano-latinos por las tropelías cometidas contra los ortodoxos, y se erigió en protector del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla (los occidentales llevaban un cuarto de milenio haciendo lo contrario). De esta forma, el Sultán respetó las dignidades eclesiásticas de griegos y otros. La Conquista de Constantinopla reportó además el beneficio de dejar sin poder a los señores locales (los responsables de las condiciones límite del campesinado balcánico) y reforzar el gobierno del Estado. Los judíos fueron acogidos, entre ellos los descendientes de aquellos expulsados de España en 1492. Si leemos “Un puente sobre el Drina” de Ivo Andrič, sorprende ver cómo sigue habiendo, a principios del siglo XX, judíos que hablan español en Bosnia. Del mismo modo, había una importante comunidad de estos judíos sefarditas en Tesalónica. Por otra parte, muchos bizantinos se incorporan a la Administración del Estado, con toda su experiencia; y esto tiene, como contrapartida, la impregnación de la Corte otomana de elementos greco-bizantinos, civilización sofisticada con experiencias en los asuntos del estado y en la diplomacia. Estos servidores del Estado -normalmente griegos- no tenían la obligación de ser musulmanes y podían profesar su propia religión sin ser molestados por ello.
La sociedad otomana
En cuanto a la sociedad otomana, la cabeza del sistema social era el Sultán. Inmediatamente después están los osmanlíes u otomanos, la clase dirigente, muchos procedentes de la devshirme 1 , sin estaciones intermedias. Los mülkiye eran los funcionarios de confianza del Sultán, o los kalemiye 2, una especie de cuerpo de expertos en finanzas e impuestos. En lo cultural-religioso, los ilmiye, que velan por la correcta aplicación del Corán. Por último, los seyfiye, el estamento militar, protector de las fronteras y encargados de la expansión territorial. La reaya eran los «productore»s. Sus buenas condiciones atraían inmigración sobre todo de Asia Central.
Por otras parte, en el ámbito de la organización administrativa del Estado, el Imperio se regía por un sistema decisivo para los pueblos conquistados: el millet (“nación”), a tenor del cual cada pueblo quedaba organizado en función de su filiación religiosa, y sus representantes rendían cuentas al Sultán. Los millet gozaban de amplia autonomía cultural, religiosa y política. Este hecho permitió que griegos, búlgaros, serbios y un sinfín de pueblos no fueran asimilados y conservaran su cultura y tradiciones. Si bien hay una distinción entre millet musulmanes y no musulmanes, no es menos cierto que a partir del siglo XVIII se posibilita el ascenso de las élites locales, teniendo lugar una descentralización, necesaria por la gran extensión del Imperio.Durante el periodo del Imperio Otomano, Serbia experimentó una serie de cambios y desafíos significativos. Aquí hay algunos aspectos importantes de la historia de Serbia durante ese período.
Conquista y período otomanos en Serbia
A partir del siglo XIV, el Imperio Otomano comenzó a expandirse hacia los Balcanes y conquistó gradualmente territorios serbios. En 1389, tuvo lugar la famosa Batalla de Kosovo (1389), donde los serbios liderados por el príncipe Lazar Hrebeljanović se enfrentaron a los otomanos. Aunque la batalla resultó en una derrota serbia (o un empate técnico, con la diferencia de que los otomanos podían recuperarse de las pérdidas y los serbios no), se convirtió en un símbolo de resistencia y patriotismo que sigue siendo determinante en Serbia desde 1989 hasta hoy (se trata de la clásica invocación del pasado secular para convertirlo en agenda política del momento).
Tras la batalla de Kosovo Serbia quedó paulatinamente bajo control otomano hasta la definitiva caída de Belgrado en 1521. Durante los siglos siguientes, la región experimentó una administración otomana en la que se comparte el poder entre los jefes locales otomanos y serbios («hospodares«), dentro del mencionado millet.
A lo largo de los siglos XVIII y XIX, los serbios lucharon por su independencia y autonomía frente al dominio otomano.
Líderes destacados como Karađorđe Petrović y Miloš Obrenović lideraron rebeliones y movimientos de resistencia que finalmente condujeron a la liberación y autonomía de Serbia, pero ello será objeto de otra entrada.